En la memoria de algunos pobladores jimenenses aún viven los recuerdos del sotol de Sabas López (†) y Andrés Ortiz (†), sobrino y tío. Este sotol se elaboró hacia mediados del siglo XX en el rancho Las Escobas, en Escalón.
Jiménez, Chihuahua (Historias-Bocanadas del Norte). – Poco sabemos sobre la producción de sotol en el siglo XX, sin embargo, según algunos testimonios de personas relacionadas a la producción de esta bebida en las ciudades de Madera y Jiménez, en el estado de Chihuahua, existieron grandes empresarios de sotol. Esta afirmación se quedó dando vueltas en mi cabeza ¿Y qué les pasó a estas empresas y a las personas que las dirigían? Al paso de los años me topé con más testimonios en mi propio núcleo familiar. Mi papá me contó que en la casa de mi abuelo nunca faltaba sotol de Las Escobas como aperitivo, esta historia sumada a otras, me motivaron a indagar en la memoria de personas que atestiguaron de cerca la vida social del sotol en Jiménez.
En la memoria de algunos pobladores jimenenses aún viven los recuerdos del sotol de Sabas López (†) y Andrés Ortiz (†), sobrino y tío. Este sotol se elaboró hacia mediados del siglo XX en el rancho Las Escobas, en Escalón, y para conocer más sobre esta producción me acerqué a Martín López y Paty Cano. Martín es el hijo menor de Sabas y según me contó, su papá fue productor por más o menos 40 años, pero la vinata cerró por los años en que él nació. Aun así, Martín siguió relacionado con algunas de las actividades económicas en torno al sotol y comercializó por varios años la planta para la empresa Vinomex.
Martín y Paty me compartieron la copia de un escrito de Don Octavio Fernández Perea que nos narra sobre algunas personas y experiencias vinculadas al sotol de Las Escobas, comercializado en aquel lejano Jiménez de los recuerdos. El texto es la segunda parte de una nota titulada “Rancho ‘Las Escobas’, el Sotol de Sabitas”, publicado en la sección de “Semblanzas Pueblerinas”, en el que relata parte de su experiencia como trabajador de la comercializadora “Hugo Uslé Fernández”, instalada en ese entonces en lo que hoy es el antiguo molino harinero de Jiménez.
Y, aunque mucho se ha dicho de la poca aceptación social del sotol a lo largo del S. XX. Fernández Perea describe al sotol como una bebida muy valorada por algunos personajes políticos regionales sobresalientes, quienes compraban producciones completas para comercializarla en otros estados de la república. Según Guillermina López (de quien les contaré más adelante), figuras como la del Gral. Fernández (originario de Torreón, Coah.), Don Oscar Ramos Clamont, Don José Rebollo Acosta, Marcos Russek y Claudio Buhaya participaron en la vida social del sotol dándole alcance en diversos espacios.
El texto también describe el almacenaje del sotol: 20 barricas con capacidad de 200 litros cada una, quince garrafones de 45 litros, botellas de litro y de hasta un cuarto de litro, sumando casi los 5,000 litros, cifra que contrasta con las pequeñas producciones artesanales actuales. Dotado de un gran humor, Fernández Perea nos cuenta sobre diversos consumidores, de la gran calidad del sotol de Sabas y el uso de barricas de vino y de jerez para reposar los sotoles.
Martín también me presentó a una de sus hermanas, Guillermina López, quien convivió de cerca con la producción del sotol en el rancho Las Escobas. Así que el día 26 de septiembre de este año, nos reunimos Martín, Paty, Guillermina y José Vargas (esposo de Guillermina), con el propósito de conversar y grabar parte de sus recuerdos familiares sobre el sotol de Las Escobas, producido inicialmente por Andrés Ortiz, y continuado por su sobrino Sabas López.
Guillermina nació en el rancho de San Blas, es la cuarta hija de los catorce hijos de Sabas López Ortiz y Juana Echeverría Román. Sabas López tenía muchos ranchos y además de producir sotol fue agricultor y ganadero. Sembraba trigo que era procesado en el antiguo molino del barrio de la estación; frijol que se vendía localmente; y maíz que era sobre todo para consumo de la casa, los animales y los trabajadores; el sorgo se vendía en Torreón y los becerros se exportaban a Estados Unidos. Por su parte, Juana era sotolera y nunca faltaba en su despensa esta bebida. Según me contó Guillermina, de los catorce hijos del matrimonio, las cuatro mujeres mayores desempeñaron varios trabajos para las empresas familiares. A Guillermina le tocó colaborar en el cuidado de ganado vacunando vacas y castrando becerritos; también trabajó en la producción de sotol, graduando y embotellando la bebida.
Guillermina recuerda que el terreno llamado Las Tunas era famoso por la buena calidad de las piñas del sotol debido a su tamaño, pues algunas llegaban a pesar 20 o hasta 25 kilos. La carga y el transporte eran hechos a fuerza de burros y poleas para ser pasados al cocedor y una vez cocidas, las piñas eran “majadas” por los trabajadores, ayudados por un hacha en forma de medialuna con un mango pequeño. En Las Escobas había siete tinas de fermentación de madera, eran “tipo hoyos de muerto”, en verano la fermentación era más rápida. Después procedían a destilar los jugos fermentados en un alambique que estaba enterrado, se exponía al fuego, el líquido se elevaba por el serpentín para luego bajar por medio del sistema de enfriamiento, al producto resultante de la primera destilación se le llamaba “aguavino”.
Martín y Guillermina describieron al sotol como una bebida especita, de sabor dulcecito, tenue, suavecito, como un sabroso perfume. Martín dijo que el olor le recuerda al “silo” (un alimento fermentado para el ganado que tiene maíz y la caña del maíz picado): “huele bien sabroso… me despierta el apetito, o simplemente cuando vamos que están ahí en los establos ¡Cómo huele bonito! porque tiene ese olor, así agridulce” (Martín López, 2021, comunicación personal). Recuerdan también que era común que las personas alrededor de la producción del sotol masticaran el bagazo de las piñas cocidas para extraer la dulzura de las fibras, golosina que era compartida por los hermanos López con sus amigos y vecinos.
Sobre los motivos que dieron fin al sotol de Las Escobas, Guillermina recuerda que en aquel entonces la botella de litro costaba 25 pesos, pero por alguna razón, el costo debía subir a 100 pesos, lo que le pareció excesivo a Sabas. Bajo este tenor, Guillermina me contó que Don Ramos Clamont le sugirió a su papá “bautizar” el sotol, ya sea poniéndole agua, o poniéndole mecate de lechuguilla para saborizarlo y hacerlo rendir, sin embargo, según Guillermina, Sabas se negó tanto a subir el costo como a bajar la calidad del sotol: “Le dijo mi papá que no, que él si iba a hacer una cosa, la iba a hacer bien, que él así no… ‘pero es que mira así que auméntale al precio’, ‘no tampoco’, dijo… eso fue, por eso mi papá ya no supo qué hacer: ‘Yo no voy a vender eso’, dijo” (Guillermina López, 2021, comunicación personal). Debido a esto, la producción de sotol en Las Escobas fue descontinuada.
En este primer acercamiento me surgen nuevas dudas como: ¿Qué factor o factores propiciaron el aumento en el costo del sotol, frenando también su producción formal y su desarrollo industrial? ¿Es posible que esta situación haya contribuido en la modificación de las calidades del sotol? Y, en el caso de que esta situación se haya generado desde la creación de políticas públicas estatales me queda por reflexionar cómo estas situaciones modifican los sabores y los aromas con el propósito de generar más ganancias y “hacer rendir”, dando paso también a la creación de sucedáneos.
Por: Fraidy Bujaidar.
Fotografía: Faridy Bujaidar.