HISTORIASMX. – Después de algún tiempo de recorrido entre el llano de Sierra El Diablo y Ojo del Almagre, el viento fresco de la lluvia que estaba precipitando en el Almagre y la vista de una sábana seca que no había recibido agua en meses, las casas del ejido emergieron al frente de nuestra vista.
“Parece que viene la lluvia, ya cayó en la sierrita” comentó el vaquero del ejido, un hombre joven de baja estatura, con cigarro en boca, que el humo se lo llevaba el viento. Parecía que, a nuestra llegada al ejido, el viento se había intensificado.
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Los pequeños granos de arena y tierra impactaron los rostros quemados por el sol, ásperos y de piel dura, como las condiciones del desierto. Con la mirada y el caminar, los dos vaqueros que viajaban en la troca, el vaquero responsable del ejido y Luis que realizaría el aretado del ganado del ejido, se dirigieron a los corrales en donde se encontraban los becerros.
Ágilmente, el vaquero del ejido salto la cerca de los corrales, con mano izquierda en el sombrero, sosteniéndolo, cuidando que las fuertes ráfagas de viento no lo desprendieron de la cabeza; junto el ganado arriando a uno de los pasillos del corral, en donde se llevaría a cabo el aretado.
Sobre el suelo polvoriento, las primeras gotas de lluvia dejaron su marca que se había mantenido ausente por meses, “hay que apurarnos ya está aquí sobre el preson” gritó desde arriba de las trancas del pasillo del corral un vaquero, cuando al cabo de algunos minutos más delante la lluvia se generalizó con un fuerte torbellino.
La fuerza del torbellino que surgió aparentemente de la nada convirtió las gotas de agua en pequeños proyectiles que golpeaban con fuerza todo a su paso, obligando a los vaqueros a refugiarse entre las tallas de los corrales… Segunda parte.
Por: Gorki Belisario Rodríguez Ávila.
Fotografía: Historiamx / Gorki Rodríguez.