Fotografía: Gorki Rodríguez / HISTORIASMX.

Crónica de un fenómeno inexplicable que acompaña las tardes de los vaqueros en el suroeste de Jiménez.


HISTORIASMX. – Dicen que todo lugar tiene un nombre por una razón. Y cuando uno escucha «Sierra del Diablo», algo dentro se estremece, aunque no se sepa exactamente por qué. Pero basta adentrarse un poco en el suroeste del municipio de Jiménez, Chihuahua, para empezar a entenderlo.

La Sierra del Diablo se alza como un oasis de misterio en medio del desierto. A más de 2,149 metros sobre el nivel del mar, es la única formación montañosa de grandes proporciones en todo el municipio, y también la única que presenta microclimas de tipo bosque templado. Este contraste violento con la aridez que lo rodea hace que la sierra, además de poseer un valor ecológico y geográfico único, haya acumulado a lo largo de los años toda clase de historias y fenómenos que no encuentran explicación racional. Uno de ellos, sin duda el más inquietante, es el avistamiento de luces extrañas entre las últimas horas del día y el inicio de la noche.


Encinos, pinos… y algo más que no se deja tocar

El corazón de la Sierra del Diablo está cubierto por un manto verde inesperado: encinos robustos que alcanzan hasta 20 metros de altura, con cortezas oscuras y ásperas, y hojas finamente dentadas que se mecen al ritmo del viento entre los cañones. En lo más profundo, donde la luz apenas penetra y el aire se vuelve más húmedo, se esconden pequeñas poblaciones de pinos piñoneros, guardianes de un microecosistema casi secreto. Ahí también se encuentran zonas como la mítica «Isla del Cielo», un rincón de vegetación densa que pocos han pisado y donde algunos aseguran que las luces se sienten más cerca, como si flotaran en el ambiente.

Fotografía: Gorki Rodríguez / HISTORIASMX.

En algún tiempo fue territorio del borrego cimarrón, osos y cabras montesas, que aún sobreviven en pequeñas cantidades. También merodean gatos monteses, coyotes, pumas y jabalíes, animales acostumbrados a la soledad y al silencio… y a convivir, quizás, con aquello que aún no podemos comprender.


Cuando cae el sol: la hora de las luces

Los vaqueros que cuidan el ganado en los ranchos cercanos a la Sierra del Diablo ya no se sorprenden. Algunos dicen que ver las luces es tan común como oír el canto del coyote a la distancia. Aparecen casi todos los días, justo cuando el cielo se torna color naranja, entre el último resplandor del sol y la primera sombra de la noche. No son fuegos fatuos. No son relámpagos. No hay tormenta. No hay caminos transitables por donde puedan venir vehículos. Y sin embargo, las luces aparecen.

“Uno aprende a no hacerles caso, pero hay noches en que lo hacen a uno persignarse. No son faros. No hay nadie allá arriba. Pero brillan. A veces se mueven, a veces se quedan flotando.” — comenta un vaquero de la zona.

Otros testimonios coinciden:

“Las he visto como si fueran bolas de fuego, bajando por la ladera del cerro. Una vez pensé que era un incendio, pero no. Solo flotaban. Y luego desaparecieron.”

A veces, las luces pueden confundirse con los contrastes del atardecer, con esos tonos rojos y anaranjados que parecen incendiar las laderas. Pero hay ocasiones —y no son pocas— en que las bolas de fuego aparecen claramente, sin margen de duda, por breves momentos que cortan la respiración. En cuestión de segundos surgen del monte o descienden del cerro como si fueran enviadas por alguien… o por algo.

Algunos creen que las luces surgen más cerca de los días calurosos, justo cuando se intensifica el contraste entre la temperatura del suelo y el aire frío que baja de la montaña.


Paralelo con Marfa: ¿Luces hermanas a través del desierto?

En Marfa, Texas, existe un fenómeno muy similar. Desde hace más de cien años, los pobladores reportan la aparición de bolas de fuego o luces danzantes en el horizonte del desierto texano. Científicos han intentado explicarlo, pero ninguna hipótesis ha sido completamente satisfactoria.

Lo curioso es que las descripciones de las luces en la Sierra del Diablo coinciden casi palabra por palabra con las de Marfa. Algunas flotan. Otras se dividen. En ambos lugares, las luces han sido vistas por generaciones, y cada testigo lo recuerda con el mismo asombro con el que uno guarda un secreto.


¿Fenómeno natural, energía desconocida o algo más?

Algunos investigadores proponen teorías como el piezoelectricismo, gases, o corrientes electromagnéticas. Pero ninguna explica por qué las luces aparecen en patrones tan específicos, por qué parecen responder a la presencia humana, o por qué solo aparecen al atardecer.

Para los hombres de a caballo, sin embargo, no hay ciencia que les quite lo que han visto con sus propios ojos.

“A veces las luces no solo se ven… se sienten. El caballo se pone nervioso, la sierra se queda callada. Como si algo estuviera mirando.”


Un enigma que vive entre los encinos

Mientras cae la noche en la Sierra del Diablo y el viento se cuela entre las ramas de los encinos, las luces regresan. Silenciosas, imperturbables, sin pedir permiso. Nadie ha podido seguirlas, ni entenderlas, ni atraparlas en una explicación que cierre del todo el misterio.

La Sierra del Diablo, con sus cañones entrelazados y su vegetación que no parece de este mundo, sigue guardando secretos. Y tal vez las luces sean solo una señal de que, en ciertos rincones de la Tierra, el misterio todavía tiene su lugar.

Una crónica Hibrida de Gorki Rodríguez.

Por historias

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *