Antiguas estructuras de piedra resisten el paso del tiempo en la vasta llanura del desierto chihuahuense, revelando un pasado de trabajo, comercio y conexión con la naturaleza. Estas formaciones cuadradas y robustas cuentan historias de generaciones dedicadas al manejo del ganado y al enfrentamiento de un entorno implacable.
HISTORIASMX. – A solo treinta minutos de la cabecera municipal de Jiménez, en el ejido Chupaderos, las huellas del tiempo permanecen firmes entre el paisaje del desierto. Rodeados por la flora árida de la región, los corrales de piedra se levantan como reliquias de una época en la que los hombres y el ganado recorrían largas distancias desde las sierras de El Diablo y Ojo del Almagre, e incluso desde el estado de Coahuila.
Estas estructuras, utilizadas durante las primeras décadas del siglo XX, representan más que un vestigio arquitectónico: son un testimonio del esfuerzo humano por adaptarse y prosperar en uno de los ambientes más extremos de México.
La Llamada del Desierto: Un Viaje hacia los Corrales
El camino hacia el ejido Chupaderos se extiende como una promesa de descubrimiento. A medida que el horizonte se despeja, aparecen los característicos mezquites, cuyas ramas parecen intentar alcanzar el cielo, y los nopales que florecen tímidamente entre las piedras. La lechuguilla se alza como una guardiana del suelo, mientras que la mariola cubre el terreno como un tapiz natural.
Los corrales comienzan a revelarse lentamente, sus paredes de piedra desgastadas pero resistentes. La simetría de sus formas cuadradas contrasta con la aparente desorganización de la vegetación circundante. La atmósfera es tranquila, rota solo por el susurro del viento y el ocasional canto de un ave que se refugia en las ramas de un arbusto cercano.
“Aquí se guardaba el ganado después de recorrer grandes distancias,” explica Don Julio, un habitante local que ha vivido toda su vida en Chupaderos. “Los animales descansaban, se alimentaban y recuperaban fuerzas antes de continuar su camino.”
Ingeniería Primitiva y Resistencia.
Los corrales de piedra fueron construidos con materiales locales, aprovechando las rocas dispersas en la llanura. Las piedras, acomodadas cuidadosamente, forman muros que alcanzan hasta un metro y medio de altura. En cada línea de estas estructuras se percibe la habilidad de los constructores, quienes trabajaban sin cemento ni herramientas modernas, confiando en su experiencia y en los recursos naturales.
“No había maquinaria, todo era a mano,” narra Don Julio, señalando una de las esquinas del corral. “Los hombres usaban piedras grandes para la base y más pequeñas para llenar los huecos. Era un trabajo duro, pero estos corrales resistieron tormentas, calor y hasta décadas de abandono.”
Un Sistema Estratégico para el Ganado.
Durante los primeros años del siglo XX, estos corrales formaban parte de un sistema logístico esencial para el transporte de ganado. Las reses llegaban desde las sierras cercanas y otras regiones del norte, descansaban en los corrales y luego eran llevadas hacia otras localidades o estados. “Era una forma de comercio vital en aquel entonces,” menciona Don Julio. “Sin estos corrales, manejar el ganado habría sido imposible.”
Las rutas que conectaban los corrales cruzaban vastas extensiones del desierto. Los pastores, conocidos como vaqueros, dependían no solo de estas estructuras, sino también de la flora circundante. El mezquite, por ejemplo, ofrecía sombra para los animales y los hombres, mientras que sus vainas servían como alimento. Los nopales, cuando se les quitaban las espinas, también se utilizaban como fuente de agua y nutrición para el ganado en situaciones extremas.
La Flora del Desierto: Una Aliada Silenciosa.
El entorno natural que rodea a los corrales es tanto un desafío como un aliado. Las lechuguillas, con sus hojas puntiagudas, ofrecen resistencia al viento y ayudan a prevenir la erosión del suelo, mientras que el zacate galleta cubre el terreno y proporciona alimento para los animales que todavía deambulan por la región. “Sin la vegetación del desierto, estos corrales no habrían sido tan útiles,” dice Doña Carmen, otra residente del ejido. “El desierto tiene su propia manera de cuidar lo que es suyo.”
El desierto chihuahuense, con su belleza austera, también juega un papel simbólico. Las plantas que lo habitan son un reflejo de la resistencia de las comunidades que aprendieron a convivir con el entorno. Así como las lechuguillas y mariolas sobreviven en condiciones adversas, los corrales de piedra permanecen como testigos silenciosos de una época en la que la conexión entre la naturaleza y la humanidad era indispensable.
El Declive de los Corrales: Abandono y Nostalgia.
Con la llegada de los camiones ganaderos y la modernización de los métodos de transporte, los corrales comenzaron a perder su propósito original. Para mediados del siglo XX, la mayoría fueron abandonados, quedando a merced del tiempo y los elementos. “Los camiones cambiaron todo,” comenta Don Julio con un tono melancólico. “Ya no era necesario caminar días con el ganado. Los corrales simplemente dejaron de usarse.”
Hoy, las piedras que alguna vez sostuvieron el peso de la actividad ganadera sirven como refugio para aves y pequeños animales. La vegetación ha comenzado a reclamar el espacio, con ramas de mezquites y nopales creciendo entre las grietas de los muros. Sin embargo, estas estructuras aún mantienen su dignidad, un recordatorio de los días en que el trabajo arduo y la conexión con la naturaleza eran fundamentales para la supervivencia.
Un Legado por Descubrir.
A pesar de su estado actual, los corrales de piedra del ejido Chupaderos poseen un valor histórico y cultural inmenso. Son testigos tangibles de una forma de vida que definió a las comunidades rurales del norte de México. “Estos corrales no son solo piedras; son nuestra historia,” dice Doña Carmen. “Es importante preservarlos para que las futuras generaciones sepan de dónde venimos.”
El potencial turístico de estos vestigios es innegable. Con un enfoque en el ecoturismo y la educación, los corrales podrían convertirse en un punto de interés para quienes buscan conectarse con el pasado y comprender la relación entre el ser humano y el desierto.
Los corrales de piedra del ejido Chupaderos son mucho más que simples estructuras abandonadas. Son un símbolo de resistencia, un homenaje a quienes aprendieron a trabajar con la naturaleza en lugar de contra ella. Rodeados por la flora única del desierto chihuahuense, estos corrales son un recordatorio del ingenio humano y la capacidad de adaptación en un entorno extremo. Cada piedra, cada muro, cada sombra proyectada en la llanura es una invitación a reflexionar sobre el pasado y a valorar el legado que nos conecta con nuestra historia.
Por: Gorki Rodríguez.