La Sierra Ojo del Almagre es una franja montañosa que se extiende por más de 45 kilómetros de largo y alcanza hasta 6 kilómetros de ancho en su parte más amplia. Desde el lado chihuahuense, esta cadena forma parte de una cuenca endorreica, una depresión cerrada que no tiene salida al mar, contenida entre la Sierra del Diablo y la propia Ojo del Almagre.
HISTORIASMX. – Cuando uno se adentra lo suficiente hacia el suroriente del municipio de Jiménez, en Chihuahua, hay un punto en que las señales se esfuman, el asfalto se convierte en polvo y la geografía empieza a contar otras historias. Es ahí, tras largas horas de camino, donde aparece uno de los secretos más bien guardados del desierto chihuahuense:

la Sierra Ojo del Almagre, una formación antigua, de nombre mineral y espíritu salvaje. Este lugar no es solo una elevación geológica, es también el último rincón del municipio de Jiménez, una frontera natural que lo separa del estado de Coahuila, a más de 115 kilómetros de la cabecera municipal.
La geografía extrema del suroriente de Jiménez
La Sierra Ojo del Almagre es una franja montañosa que se extiende por más de 45 kilómetros de largo y alcanza hasta 6 kilómetros de ancho en su parte más amplia. Desde el lado chihuahuense, esta cadena forma parte de una cuenca endorreica, una depresión cerrada que no tiene salida al mar, contenida entre la Sierra del Diablo y la propia Ojo del Almagre. Este valle seco y profundo las separa por aproximadamente 30 kilómetros, formando un paisaje abrupto, magnético y remoto.

Allí, del lado de Chihuahua, sobreviven comunidades como el Ejido Emiliano Zapata y el rancho El Reliz, mientras que, del lado de Coahuila, se encuentran ranchos de nombres entrañables y antiguos: Hormigas de Afuera, Almagre, San Isidro, Las Manquitas, y otros tantos que se dispersan como semillas sobre el desierto. Todo este conjunto forma parte del Desierto Chihuahuense, y al este se adosa a las extensiones del Bolsón de Mapimí, una de las regiones más secas y misteriosas del norte de México.
Un subsuelo de fuego y hierro
Bajo esta sierra remota se extiende un universo geológico oculto, rico en historia mineral. La Sierra Ojo del Almagre debe su nombre a un tipo de arcilla rojiza rica en óxidos de hierro conocida como almagre, usada por antiguas culturas para pintar y ritualizar. Esta arcilla ha teñido durante milenios la piel de los cerros, dándoles ese color rojo quemado que resplandece al atardecer.
Los suelos muestran abundancia de hematita, limonita y magnetita, y en algunos cañones se han encontrado concentraciones visibles de arenas ferruginosas, partículas oscuras y pesadas que brillan como ascuas bajo el sol. A estas arenas se suman cuarzos lechosos, filones de calcita y rocas volcánicas como basaltos y andesitas, que evidencian el pasado volcánico de la región. En los barrancos más antiguos, aún pueden observarse patrones de sedimentación que delatan antiguas corrientes de agua subterránea.

Aunque hoy en día no existe una minería formal, los pobladores recuerdan que durante décadas anteriores se recolectaban pigmentos del suelo, y algunos artesanos aún saben identificar los mejores bancos de almagre para uso ceremonial. En cada piedra roja yace una página de la historia geológica del norte del país.
Vida silvestre en condiciones adversas
Aunque el entorno parece hostil, la vida no solo persiste, sino que prospera de formas insospechadas. En los cañones y laderas habitan lechuguillas, gobernadoras, ocotillos, chollas, sotoles y biznagas, adaptadas para retener la poca humedad disponible. Durante ciertas épocas del año, estas plantas desatan un milagro silencioso: flores diminutas pero intensas, en tonos violetas, amarillos y naranjas, cubren el suelo como un tapiz efímero que solo quienes viven allí alcanzan a ver.

En el cielo vuelan halcones, aguilillas, zopilotes y a veces un águila real. Entre los matorrales corren zorros, liebres, coyotes e incluso se han reportado avistamientos de gatos monteses. Algunos vaqueros aseguran que en las planicies cercanas a la sierra aún sobreviven pequeñas manadas de berrendos, que cruzan el desierto con la misma elegancia que sus ancestros, desafiando los cerros y el olvido.
El espectáculo del atardecer
Pero si hay algo que define a esta región, es el atardecer. A esa hora, cuando el sol comienza a despedirse, la luz cambia de forma y de color. Las montañas se tiñen de rojo, las sombras se estiran como serpientes, y el viento comienza a silbar entre las piedras. El silencio no es ausencia de ruido, sino la presencia plena de la tierra.
«Aquí el atardecer no se mira: se siente. El cielo se pone como de fuego, las piedras se calientan y luego se enfrían de golpe. Los burros empiezan a rebuznar, los coyotes aullar, y uno se queda quieto, nomás viendo cómo el día se apaga despacito.»
«He visto muchos cielos, pero como los de aquí, ningún otro. Cuando el sol baja entre los cerros, el cielo parece pintado a mano. Es como si Dios firmara el día con un pincel de fuego. No hay palabras para lo que se siente. Uno se queda callado, hasta los caballos dejan de moverse.»
«En ese rato, entre las seis y las ocho, todo se detiene. Los colores cambian cada minuto. Primero es dorado, luego naranja, luego rosa, y al final morado. Parece mentira. A veces creo que ese rato es lo que nos hace seguir aquí.»
Rituales del ocaso: la vida al caer la tarde
En el Ojo del Almagre, el tiempo no es el mismo. Las horas se estiran y los días se sienten más largos, pero no cansados. En este mundo, donde las distancias se miden en litros de agua y en pasos del ganado, los atardeceres tienen algo de ritual. Una especie de tregua entre la dureza del día y la helada de la noche. Los vaqueros encienden fogatas, los perros se acomodan entre las piedras calientes y el cielo estrellado comienza a tomar el lugar del sol.
Un patrimonio vivo
En este rincón olvidado del mapa, donde no hay cobertura celular, ni gasolineras, ni prisa, el atardecer es un patrimonio vivo. Un momento compartido entre humanos y naturaleza, un suspiro de belleza pura en medio de la sequedad. Allí, en lo alto de la sierra, uno no necesita más que sentarse sobre una piedra, mirar al oeste y entender, sin palabras, que todavía existen lugares donde el mundo sigue siendo sagrado.

Y quizá ese sea el verdadero secreto del Ojo del Almagre: no solo es frontera entre estados, sino entre el mundo que corre y el que resiste.
Por: Gorki Rodríguez.