El 2 de octubre no se olvida, y la Plaza de las Tres Culturas sigue siendo un lugar de reflexión sobre el costo de la represión y la importancia de defender la libertad y los derechos humanos. La historia de Tlatelolco es un recordatorio doloroso de que, cuando el poder se ejerce sin control ni responsabilidad, las consecuencias pueden ser devastadoras.
Un crimen que sigue resonando en la historia nacional.
HISTORIASMX. – El 2 de octubre de 1968, la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco se tiñó de sangre en un acto violento que marcaría para siempre la historia de México. Aquel día, lo que comenzó como un mitin estudiantil en el marco de un movimiento social y educativo, culminó en una masacre perpetrada por las fuerzas del Estado Mexicano. La violencia desatada dejó un número incierto de muertos, heridos y desaparecidos, pero su impacto fue profundo y sigue resonando en la memoria de los mexicanos más de cinco décadas después.
La masacre de Tlatelolco no solo fue el punto culminante de un movimiento estudiantil que buscaba cambios políticos, sociales y educativos, sino también un claro ejemplo de la represión estatal contra cualquier disidencia que pusiera en duda la estabilidad del régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Aquella tarde, estudiantes, maestros, padres de familia y ciudadanos se congregaron en la plaza, sin saber que pronto serían rodeados por elementos del Ejército Mexicano y el Batallón Olimpia, un grupo paramilitar que ejecutaría uno de los actos más oscuros en la historia contemporánea de México.
Un movimiento en ebullición.
El año 1968 fue un momento crucial para los movimientos sociales en todo el mundo. Desde París hasta Praga, las calles se llenaban de jóvenes que exigían cambios profundos. En México, los estudiantes no fueron la excepción. Los disturbios iniciados el 22 de julio de 1968, con una pelea entre estudiantes de la preparatoria Isaac Ochoterena y las Vocacionales 2 y 5 del IPN, fueron la chispa que encendió el movimiento estudiantil mexicano.
Sin embargo, el movimiento pronto trascendió lo estudiantil, reuniendo a trabajadores, campesinos y ciudadanos que compartían un descontento común contra el régimen autoritario del presidente Gustavo Díaz Ordaz. La represión que siguió a estas protestas no hizo más que fortalecer el movimiento, cuya demanda principal era un diálogo abierto con el gobierno.
El 2 de octubre: una tragedia anunciada.
En el marco de los Juegos Olímpicos que se celebrarían en México en 1968, el gobierno de Díaz Ordaz estaba decidido a mantener la estabilidad y evitar cualquier manifestación que pudiera empañar la imagen del país. Esa tarde, en la Plaza de las Tres Culturas, miles de personas se reunieron en lo que se esperaba que fuera un mitin pacífico. Sin embargo, el cielo pronto se llenó de bengalas que dieron la señal para que los soldados abrieran fuego.
La multitud, sorprendida, entró en pánico. Los disparos vinieron de todas partes. Según testigos, los primeros disparos provinieron de los francotiradores del Batallón Olimpia, que habían sido colocados estratégicamente en los edificios circundantes. Lo que siguió fue un caos absoluto. Soldados disparando contra manifestantes, cuerpos cayendo al suelo, gritos y llanto. La represión brutal no distinguió entre estudiantes, periodistas o simples transeúntes.
La versión oficial y la verdad silenciada.
Durante años, el gobierno mexicano sostuvo la versión de que los estudiantes habían disparado primero, provocando la reacción del Ejército. Sin embargo, investigaciones posteriores, así como documentos desclasificados tanto de México como de Estados Unidos, han demostrado que fue el propio gobierno quien planificó y ejecutó el ataque. El Batallón Olimpia, compuesto por miembros del Estado Mayor Presidencial, recibió órdenes de disparar a la multitud y luego culpar a los manifestantes.
A pesar de los esfuerzos del gobierno por ocultar la magnitud de la tragedia, los testimonios de los sobrevivientes y la lucha de las familias de las víctimas han mantenido viva la memoria de aquellos que perdieron la vida. Las cifras oficiales de muertos han variado a lo largo del tiempo, pero se estima que entre 300 y 400 personas fueron asesinadas ese día, aunque la cifra real podría ser aún mayor.
Una herida abierta en la historia de México.
La masacre de Tlatelolco fue el comienzo de un silencio forzado en México. La represión no se detuvo allí. En los años siguientes, el gobierno continuó persiguiendo a los líderes estudiantiles, muchos de los cuales fueron encarcelados o desaparecidos. El impacto de esta tragedia fue tal que, durante años, hablar del 2 de octubre se convirtió en un tema tabú en la sociedad mexicana.
Sin embargo, la memoria es persistente. En 1998, en el 30.º aniversario de la masacre, el gobierno del presidente Ernesto Zedillo autorizó una investigación sobre los hechos, aunque no fue hasta el año 2000, con la llegada de Vicente Fox a la presidencia, que se comenzaron a liberar los documentos oficiales. Aunque algunos responsables han sido señalados, como el expresidente Luis Echeverría Álvarez, los esfuerzos por llevar a la justicia a los autores de la masacre han sido insuficientes.
El legado del 2 de octubre.
Cada año, el 2 de octubre se conmemora en México como un día de lucha y memoria. Marchas, actos simbólicos y actividades culturales se realizan en todo el país para recordar a las víctimas y exigir justicia. A pesar de que han pasado más de 50 años desde la masacre, la demanda sigue siendo la misma: verdad y justicia.
El 2 de octubre no se olvida, y la Plaza de las Tres Culturas sigue siendo un lugar de reflexión sobre el costo de la represión y la importancia de defender la libertad y los derechos humanos. La historia de Tlatelolco es un recordatorio doloroso de que, cuando el poder se ejerce sin control ni responsabilidad, las consecuencias pueden ser devastadoras.
Por: Gorki Rodríguez.