Casi al caer el sol, ingresamos a uno de los tantos cañones de Sierra el Diablo. Rodeados de un bosque de pinos y encinos, fuimos conducidos hasta encontrarnos de frente con 20 cascadas, algunas de las cuales tenían aún agua. Esta es la primera parte de una expedición a Sierra el Diablo.
HISTORIASMX. – Al terminar el recorrido en las salinas de Estación Carrillo o también conocido como Laguna de Palomas, poblado perteneciente al municipio de Jiménez y ubicado en la región sur del estado; Joel, un amigo, y yo (Gorki Rodríguez), detuvimos la marcha de la troca, para sacar unos refrescos de la hielera. Aunque, era temporada de frío, a principios del mes de febrero del 2022, el sol hacía el reclamo de su territorio, la reserva natural protegida del Bolsón de Mapimí.
Tras una breve estancia de unos cuatro o cinco minutos, subimos de nueva cuenta el vehículo, ya con refresco en mano. Antes de subir, de un costado mío, la gran Sierra el Diablo, dejaba ver una de sus caras. Apuntando con el dedo, y con la vista firme, dije -algún día conoceré esa sierra-
Meses más adelante, durante diciembre del mismo año, lo que en un principio era solo un sueño, se materializó, en lo que fue la ruta del sotol, viaje en el cual solo fue una pequeña aproximación a la parte central de la sierra y su tesoro natural forestal, el sotol, planta de la cual se produce un destilado de nombre mismo al de la planta.
Durante una de las expediciones a Sierra el Diablo, en compañía de José Luis, tomamos un camino poco andado, el cual la naturaleza estaba ya reclamando. Entre mezquites y matorrales que crecieron en lo que alguna vez fue la brecha de un camino, para llegar a la parte media de la sierra, una troca de doble tracción luchaba con la naturaleza, las llantas se aferraban al suelo espinoso y agrietado.
De manera sorpresiva, el camino apenas visible, se perdió abruptamente en el cauce de un arroyo que el agua había hecho meses atrás. -En el desierto no llueve, pero cuando llueve, llueve- exclamó José Luis, quien detuvo la marcha del vehículo, para verificar si se podía pasar o no.
Descendimos de la troca, tocando con la suela de las botas el lecho del arroyo, pedregoso y blanco por el salitre que el agua dejó a su paso. -Vamos a ver si pasamos- gritó José Luis, mientras abría la puerta de la troca y subía; el motor fue encendido y los engranes de la transmisión crujieron, haciendo que la troca avanzara con un fuerte acelerón. Las llantas giraron entre las piedras resbaladizas, lanzando fragmentos en todas direcciones, el terreno feroz del arroyo frenaba el avance de la troca, que tras varios intentos por fin logró cruzar.
Subí a la troca y continuamos el recorrido por alrededor de 15 minutos más, hasta llegar al faldeo de la sierra, en donde el camino finalizó. Desde ese momento, la caminata entre el monte comenzó, abriéndonos paso con las manos a través de mezquites, gatuños y plantas de sotol, así el recorrido hasta llegar a las profundidades de un arroyo.
Antes de bajar las altas paredes desmoronadizas del arroyo, detrás nuestro, las plantas de sotol y la Sierra Ojo del Almagre, nos regalaron un paisaje sorprendente, que desaparecieron al bajar al arroyo, en donde avanzamos por el lecho casi intransitable por la gran cantidad de materia orgánica piedras que la corriente del agua arrastró y dejó a su paso.
Después de unos minutos, llegamos a la entrada del cañón -una verdadera maravilla- apareció frente a nuestros ojos, un bosque de encinos y pinos, el desierto parecía haberse terminado. Inmediatamente nos dimos cuenta de que se trataba de un microclima único y especial.
Recargado en un encino, José Luis, platicó que meses antes había ingresado al cañón, bajo un temporal lluvioso, y avanzando por las profundidades de esa maravilla, dio con tres sorprendentes cascadas.
“Vieras que maravilla, me senté a descansar, iba yo solo, el cielo estaba muy nublado, y de repente empecé a escuchar como que caía agua, dije será o no, me levante y camine, me agarro la lluvia adentro del cañón, pero no me importo. Cuando llegué cual va siendo mi sorpresa, estaba cayendo el agua desde arriba, y así fue como descubrí las cascadas”, platica José Luis, con cara de éxtasis, mientras el viento fresco recorría el interior del cañón.
El paisaje y ecosistema, cambió drásticamente dentro del cañón, los mitos de si había o no pinos y encinos en Sierra el Diablo, quedaron revelados, pues durante nuestro trayecto de ascenso dentro del cañón, lo que nos rodeó durante todo el camino, fueron aquellos bosques de encinos, pinos y uno que otro madroño.
Lo pedregoso del arroyo había ya desaparecido, y una roca lisa tallada por la acción del agua, permitió un avance más rápido. Después de una hora de trayecto en el interior del cañón y con la tarde ya encima, llegamos a la primera cascada. Una imponente formación rocosa tallada por el agua, la cual apenas tenía indicios del paso del vital líquido
Dado que la expedición fue durante meses en que la seca azotaba a Jiménez, al interior de los cañones de Sierra el Diablo, había aún indicios de agua. Maravillados por las formaciones rocosas, el agua, aunque escasa, pero impresionante de la cascada, tomamos algunas fotos y avanzamos cañón arriba.
En algunos puntos del recorrido, tuvimos que trepar entre las formaciones rocosas para poder avanzar, pero fue ese deseo de conocer más, lo que nos llevó a descubrir más de cascadas, en uno de los tantos cañones de Sierra el Diablo.
Por: Gorki Rodríguez.
Fotografía: Gorki Rodríguez / HISTORIASMX.
Primera Parte.