A menos diez grados centígrados, el frío penetraba hasta los huesos, dejando su marca en la flora marchita y negra que se erguía como un testigo silente de la gran helada.
HISTORIASMX. – En la helada mañana del 13 de febrero del 2024, entre las majestuosas montañas de la Sierra San Francisco y el Diablo, en el municipio de Jiménez, Chihuahua, el gran desierto chihuahuense mostraba su rostro más implacable. A menos diez grados centígrados, el frío penetraba hasta los huesos, dejando su marca en la flora marchita y negra que se erguía como un testigo silente de la gran helada.
En este vasto territorio, compartido por México y Estados Unidos y delimitado por los imponentes sistemas montañosos de la Sierra Madre Oriental y Occidental, se desplegaba el Desierto Chihuahuense en toda su magnitud. Con una extensión que abarca seis estados mexicanos y tres estadounidenses, este desierto se erigía como el más grande en Norteamérica y el segundo con mayor diversidad a nivel mundial.
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Pero más allá de su apariencia árida y desolada, el Desierto Chihuahuense guardaba secretos que desafiaban las expectativas. En una paradoja notable, era la única ecorregión clasificada tanto por su importancia terrestre como acuática. Sus lagos, manantiales, ríos y arroyos albergaban una rica diversidad de especies de agua dulce, siendo el río Bravo el corazón de su único sistema mayor de ríos.
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En este vasto territorio, la vida desafiaba las adversidades del entorno. Entre los estados de Texas, Chihuahua y Coahuila, la región del Big Bend se destacaba por su belleza salvaje y su importancia ecológica. Con seis áreas bajo protección federal y estatal, incluyendo el majestuoso Big Bend National Park, este corredor ribereño servía como refugio vital para la vida silvestre y las comunidades humanas.
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El río Conchos, principal afluente mexicano del río Bravo, nacía en las montañas de la Sierra Tarahumara, hogar ancestral de diversas comunidades indígenas. En estas tierras, donde la naturaleza y la cultura se entrelazaban, la vida seguía su curso, desafiando la aridez del desierto y la marginalidad económica.
En medio de este vasto paisaje, la rica diversidad biológica del Desierto Chihuahuense brillaba con intensidad. Con 350 de las 1,500 especies de cactáceas conocidas en el mundo y una variedad asombrosa de aves, peces, reptiles y anfibios, este desierto era un santuario de vida en medio de la aridez.
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En la gélida mañana entre la Sierra San Francisco y el Diablo, el Desierto Chihuahuense revelaba su verdadera grandeza, recordándonos la asombrosa capacidad de la naturaleza para florecer incluso en los ambientes más inhóspitos.
Fotografía: HISTORIASMX / Gorki Rodríguez.