Fotografía: Gorki Rodríguez / HISTORIASMX.

Eran casi las dos de la madrugada del 17 de octubre de 1992, en el rancho Las Piedras, propiedad del señor Hilario “El Güero” Cortinas, un hombre bragado, vaquero viejo de manos gruesas y palabra seca.

HISTORIASMX. – Hay sitios donde el viento no solo arrastra arena y silencio, sino también secretos que parecen no querer ser contados. Uno de ellos es el Rincón del Gran Desierto Chihuahuense, una franja olvidada donde los municipios de Jiménez y Camargo se funden entre cactus, mesquites y dunas encendidas por el sol. Allí, entre el agostadero ralo y los ranchos vaqueros dispersos como islas, ocurrió uno de los sucesos más inquietantes que se hayan escuchado en los llanos: el avistamiento de una nave no identificada y seres verdes que descendieron del cielo.

La noche del rancho Las Piedras

Eran casi las dos de la madrugada del 17 de octubre de 1992, en el rancho Las Piedras, propiedad del señor Hilario “El Güero” Cortinas, un hombre bragado, vaquero viejo de manos gruesas y palabra seca. Aquella noche lo acompañaban dos peones: Ramón “El Cholo” Aguirre y Nicasio Rivera, encargados de cuidar el hato que pastaba al sur del rancho. Todo estaba en calma, salvo por un viento extraño que parecía recorrer la planicie sin dirección, como si trajera consigo una advertencia.

“¿Oyes eso, Cholo?” —preguntó don Hilario, dejando la taza de peltre sobre el brocal del pozo.

“El aire se oye raro… como hueco. Y hay un zumbido…” —respondió Ramón, encendiendo un cigarro con la mano temblorosa.

En ese momento, el cielo se tiñó de un fulgor azulado que descendía sin hacer ruido. Una nave ovalada, luminosa, sin ventanas, pero con luces giratorias en su base, apareció flotando sobre un llano pedregoso a unos 500 metros de la casa. El ganado, hasta entonces quieto, rompió en estampida.

“¡Por la sangre de Cristo!” —exclamó Nicasio, mientras se persignaba— “¡Eso no es de aquí!”

Hombres verdes en la tierra de mezquites

Lo más sorprendente no fue la nave, sino lo que ocurrió después. Una compuerta se abrió en su base, y de ella descendieron tres figuras bajas, de piel verde aceitunada y ojos grandes, ovalados, sin pupilas. Caminaban lentamente, como si olfatearan el aire, dirigiéndose hacia la casa del rancho.

Don Hilario no dudó. Abrió la puerta de la troje, sacó su escopeta y gritó:

“¡No son gente, no son cristianos! ¡A caballo, vámonos!”

Los tres hombres huyeron sin mirar atrás, montaron dos bestias y tomaron el rumbo al rancho El Refugio, propiedad de su compadre, don Próspero Varela, a unas seis leguas al este.

La madrugada de los gritos

A eso de las tres y media, don Próspero y su familia fueron despertados por los cascos desbocados y los gritos de los hombres que venían bañados en sudor y polvo.

“¡Nos cayeron del cielo, compadre! ¡Bajaron del cielo, y no eran humanos!” —gritaba Nicasio, con los ojos desorbitados.

Don Próspero, incrédulo pero preocupado, les dio cobijo. Encendieron lámparas de petróleo y se armaron con rifles y machetes. En la mañana siguiente, un pequeño grupo regresó a Las Piedras. La nave ya no estaba. Solo quedaban tres círculos ennegrecidos en la tierra, perfectamente simétricos, y una extraña sustancia cristalina en las ramas bajas de los mezquites cercanos.

“Parece como vidrio molido… pero brilla como si respirara”, dijo uno de los hombres al tocar el polvo brillante.

El silencio de las autoridades y los ecos del desierto

El hecho fue comentado en voz baja entre los rancheros de la región, pero ninguna autoridad se presentó en el lugar. Algunos sugirieron que se trató de un “globo meteorológico” o “una alucinación colectiva”. Otros, los más ancianos, aseguraron que los antiguos ya habían visto cosas parecidas y que las tierras del Bolsón de Mapimí son “puerta de otras realidades”.

Desde entonces, cada tanto, en las noches sin luna, vuelven a verse luces que se mueven sin lógica en el cielo de Jiménez y Camargo, haciendo figuras imposibles, antes de desaparecer como si se disolvieran en el aire mismo.

Don Hilario nunca volvió a vivir en Las Piedras. Cedió el rancho a su hijo menor y se retiró a la ciudad. Nunca quiso hablar del asunto otra vez. Pero cuando le preguntaban, bajaba la vista y decía:

“Yo sé lo que vi. Y no eran de este mundo.”


Nota del autor: Esta es una crónica ficticia basada en hechos reales y testimonios orales recogidos en comunidades rurales del sur de Chihuahua, cerca del Bolsón de Mapimí, donde son frecuentes los relatos sobre fenómenos no identificados y encuentros con entidades extrañas.

Por: Gorki Belisario Rodríguez Ávila.

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