En Jiménez, siempre se dijo que su lamento se escuchaba cerca del río Florido, pero ahora parece haber migrado a las vías del tren, como si buscara nuevas almas que escuchen su eterno sufrimiento.
HISTORIASMX. – En las últimas semanas, una extraña inquietud ha comenzado a propagarse entre los habitantes de las colonias Estación, Ferrocarrilera y Obrera, justo al caer la noche. Son barrios humildes, atravesados por el silbido de los trenes y la rutina de la vida de la ciudad con el desierto. Pero últimamente, no son los trenes los que alteran el sueño de quienes habitan cerca de las vías, sino un llanto desgarrador, lejano y profundo, que se cuela por las rendijas de las ventanas durante la madrugada.
Varios colonos aseguran haber escuchado los sollozos de una mujer que parece caminar sin rumbo entre las sombras. No es un llanto cualquiera —dicen con los ojos abiertos y la voz temblorosa—, es un lamento que hiela la sangre, una voz que parece salir del viento mismo, quebrada por el dolor y la desesperación. En voz baja, muchos ya la nombran: La Llorona ha vuelto.
“Eran casi las tres de la mañana…”
En la calle Reforma, muy cerca del viejo paso del tren, vive Doña Amalia, una mujer de 64 años que ha vivido toda su vida en la colonia Ferrocarrilera. El pasado martes, al filo de las tres de la madrugada, asegura que escuchó por primera vez ese llanto:
“Era como si alguien llorara desde el monte, pero no era un llanto normal… era una cosa muy triste. Luego se oyó más cerca, como si viniera por la calle. Me asomé por la cortina, y no vi a nadie… pero sentí que algo me observaba”.
Historias como la de Doña Amalia han comenzado a repetirse entre vecinos de distintas calles, siempre en la madrugada, casi siempre alrededor de las mismas horas: entre las 2:30 y las 4:00 a.m.
Don Genaro, un exferrocarrilero jubilado de la colonia Estación, dice que nunca creyó en esos cuentos, pero ahora no está tan seguro:
“En mis años de tren escuché muchas cosas raras… pero esto, esto es otra cosa. Se siente algo pesado, como una tristeza en el aire. Uno no quiere salir al patio después de medianoche”.
Los perros lo saben
Muchos coinciden en un patrón inquietante: los perros ladran y aúllan justo antes de que el llanto comience a escucharse. Algunos incluso se esconden bajo los autos o se niegan a entrar a los patios, como si percibieran una presencia que los humanos no alcanzan a ver.
En la colonia Obrera, una joven madre relata que su bebé comenzó a llorar desconsoladamente una noche, sin razón aparente. Minutos después, desde su patio, escuchó un susurro que se confundía con el viento:
“Era como un ‘ay mis hijos’… muy bajito, como arrastrado, pero clarito. Se me erizó la piel. Me encerré en el cuarto con mi niño y no dormí en toda la noche”.
¿Un mito que regresa?
La figura de La Llorona es parte del imaginario popular mexicano desde tiempos antiguos. Una mujer condenada a vagar por la eternidad, llorando por sus hijos, con una historia que cambia según la región: a veces fue madre arrepentida, a veces víctima, otras tantas, verdugo de sus propios hijos.
En Jiménez, siempre se dijo que su lamento se escuchaba cerca del río Florido, pero ahora parece haber migrado a las vías del tren, como si buscara nuevas almas que escuchen su eterno sufrimiento.
¿Sugerencia o superstición?
No hay pruebas materiales, ni grabaciones claras. Pero los testimonios se acumulan, y el miedo comienza a circular entre pasillos, reuniones familiares y grupos de vecinos en redes sociales.
Algunos han empezado a cerrar bien sus puertas después de las 10 p.m., a bendecir sus casas con agua santa, o incluso a colocar espejos cubiertos y veladoras frente a las puertas, como protección contra lo que no se ve pero se escucha.
El eco de una advertencia
Tal vez sea el viento del desierto mezclado con la nostalgia de los trenes. Tal vez sea la soledad de la madrugada en estos barrios antiguos, donde las calles aún guardan el eco de tiempos pasados. O tal vez, solo tal vez, La Llorona ha vuelto a caminar por Ciudad Jiménez, dejando tras de sí un rastro de preguntas, miedo… y un llanto que no cesa.