Fotografía: Gorki Rodríguez / HISTORIASMX.

Un viaje a través del tiempo y la naturaleza en el Ejido División del Norte, narrado por Gorki Rodríguez, quien explora junto a sus padres, el Profesor Belisario y Leticia Ávila, los misterios y la vida del desierto.

HISTORIASMX. – En las primeras horas de una fresca mañana, nos dirigimos hacia el Ejido División del Norte, un lugar remoto en la porción sur del municipio de Jiménez, Chihuahua, donde los ecos de la historia revolucionaria y la vida natural se entrelazan de manera fascinante. En esta ocasión, me acompañaban mis padres, el Profesor Belisario y Leticia Ávila, en lo que prometía ser una travesía inolvidable a los límites del Desierto del Bolsón de Mapimí.

Este desierto, lejos de ser un páramo desolado, esconde tesoros que narran las vidas de sus habitantes pasados y presentes: desde los antiguos Tobosos, una tribu nómada que dejó su huella en las cuevas de la Sierra de los Remedios, hasta las generaciones que explotaron sus recursos naturales y construyeron haciendas que hoy se encuentran en ruinas. Nuestra misión era redescubrir estos lugares y, en el proceso, reconectar con la naturaleza y la historia de una región tan dura como hermosa.

Una Aventura Hacia el Corazón del Bolsón

El viaje comenzó al amanecer, partiendo desde la cabecera municipal de Jiménez y siguiendo la Vialidad Mariano Jiménez hasta la Carretera Federal-49. Después de pasar la caseta de peaje Jiménez-Zavalza, avanzamos por un camino de terracería que nos llevó directamente al Ejido División del Norte.

Este rincón del desierto está habitado por apenas siete personas, y a primera vista, parece detenido en el tiempo. El paisaje que nos rodeaba era árido y extenso, pero su grandeza era innegable. Me sentí pequeño ante la vastedad del Desierto del Bolsón de Mapimí.

Mis padres, siempre curiosos e incansables exploradores, me guiaban a través de historias. Mi padre, el Profesor Belisario, hablaba con gran entusiasmo sobre la Ex Hacienda de los Remedios, un símbolo de la Revolución Mexicana y del poder que ostentaba la familia Russek en la región. Esta hacienda fue construida en 1906 y, aunque ahora está en ruinas, aún conserva parte de su antigua grandeza. Las paredes de la hacienda, desgastadas por el tiempo, parecían guardar secretos, como el famoso episodio en el que Pancho Villa expropió su yegua, Siete Leguas, un hecho inmortalizado en el corrido revolucionario.

Aguas Termales del Ojo de Caballo: Un Oásis en el Desierto

Después de recorrer las ruinas de la hacienda, decidimos dirigirnos hacia las Aguas Termales del Ojo de Caballo, un verdadero oasis en medio de la aridez. Este balneario, construido durante generaciones por los habitantes de la región, está rodeado por las sierras de los Holanes y los Remedios. Sumergirse en estas aguas era como transportarse a otra época; el calor del agua me relajaba mientras observaba las montañas que nos rodeaban. Mi madre, Leticia, mencionó las propiedades curativas que los locales han atribuido a estas aguas durante años.

El lugar cuenta con una caverna tallada en piedra caliza, una obra impresionante que fue excavada con herramientas rudimentarias y que sigue en pie después de tanto tiempo. Me quedé pensando en el esfuerzo de aquellos que construyeron este lugar, y cómo su legado permanece hasta hoy, ofreciendo alivio a los viajeros y a los lugareños por igual.

Vida en el Bolsón: Adaptación y Resiliencia

A medida que caminábamos por el desierto, nos rodeaba una naturaleza sorprendente. Aunque a simple vista el paisaje parecía inerte, la vida florece en cada rincón del Bolsón de Mapimí. Los coyotes que no vimos, pero escuchamos a lo lejos, son solo un ejemplo de la fauna que ha aprendido a sobrevivir en este entorno extremo. Sus aullidos, en la lejanía, parecían un recordatorio de que este desierto está lleno de vida, aunque muchas veces pase desapercibida.

El zacate toboso (Hilaria mutica) cubría el suelo del desierto como una alfombra natural, su gris verdoso era lo primero que captaba la atención. Mi padre me explicó que esta planta es fundamental para mantener el equilibrio ecológico del área, ya que protege el suelo de la erosión y alimenta a los herbívoros que habitan la región. Sin el zacate toboso, la vida en el desierto sería aún más difícil.

También nos encontramos con el imponente cacto barril (Ferocactus wislizeni), cuyas espinas curvas parecían advertirnos que este no era un lugar fácil de habitar. Sin embargo, este cactus, con su capacidad para almacenar agua en su interior, es una prueba viviente de la resiliencia de las plantas del desierto. Mi madre, siempre atenta a los detalles, mencionó cómo los antiguos habitantes de la región usaban el jugo de este cactus para tratar heridas y quemaduras, una práctica que ha pasado de generación en generación.

Mientras continuábamos nuestro recorrido, vimos varias lagartijas del desierto (Sceloporus magister). Estas criaturas, pequeñas y rápidas, han aprendido a regular su temperatura corporal para evitar el calor extremo del desierto, lo que las convierte en uno de los depredadores más eficientes de la región. A pesar de su tamaño, son clave para el equilibrio del ecosistema local.

Finalmente, nos topamos con un ciruelo del desierto (Ziziphus obtusifolia), un arbusto espinoso que crecía en medio del terreno seco. Este arbusto no solo es resistente a la sequía, sino que también proporciona alimento y refugio para varios animales, especialmente en los meses más secos del año. Mi padre nos explicó que los Tobosos utilizaban las ramas del ciruelo en sus prácticas medicinales y como material para fabricar herramientas.

Los Vestigios de los Tobosos: Un Legado en la Sierra

El punto culminante de nuestro viaje fue la visita a la Cueva de las Pinturas Rupestres de los Tobosos, ubicada en la Sierra de los Remedios. Los Tobosos, una tribu nómada de cazadores y recolectores, dejaron su legado en estas paredes rocosas. Al entrar en la cueva, sentí una profunda conexión con el pasado. Las pinturas rupestres, que representan figuras geométricas, animales y humanos, son un testimonio de la presencia de estos antiguos habitantes.

Aunque el paso del tiempo y el vandalismo han dañado algunas de las pinturas, la sensación de estar en un lugar tan antiguo y cargado de historia era indescriptible. Mi padre explicó que estas pinturas datan de entre el año 1000 y 1800, y que los Tobosos creían que estas representaciones les ofrecían protección y conexión con sus antepasados. El hecho de que este legado esté en peligro debido a la falta de conservación me llenó de tristeza, pero también de admiración por la tenacidad de aquellos que habitaron este desierto hace siglos.

Conclusión: Un Viaje Inolvidable

Nuestro viaje a los límites del Bolsón de Mapimí fue más que una simple excursión. Fue una lección de historia, naturaleza y resiliencia. En compañía de mis padres, el Profesor Belisario y Leticia Ávila, descubrí que este desierto, aparentemente inhóspito, está lleno de vida y de historias que merecen ser contadas.

Desde las aguas termales hasta las pinturas rupestres de los Tobosos, cada rincón del Ejido División del Norte tiene un tesoro escondido que espera ser descubierto por aquellos dispuestos a aventurarse más allá de las rutas turísticas convencionales.

Por historias

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