En los Rincones Más Apartados de Jiménez y Camargo: La Fascinante Historia de Don Pedro, el Vaquero que Crió a una Venada Bura con Galletas Marías en el Remoto Rancho El Cimarrón, y Cómo Clarita, la Venada que Se Perdió y Regresó, Dejó una Huella Imborrable en la Vida de los Habitantes de la Sierra de San Francisco.
HISTORIASMX. – En los vastos territorios que se extienden entre los municipios de Jiménez y Camargo, Chihuahua, los ranchos más apartados guardan historias que, con el tiempo, se transforman en leyendas.
Aunque muchas de ellas rayan en lo increíble y a veces en lo paranormal, la historia de Don Pedro, un vaquero del rancho El Cimarrón, es distinta. Esta es una de esas historias que, aunque real, tiene un aire de magia que solo la vida en el campo puede ofrecer.
El Encuentro.
Era una tarde tranquila cuando Don Pedro decidió salir a recorrer los terrenos de su rancho. La sierra de San Francisco, al fondo, se dibujaba como una silueta quieta bajo el cielo despejado. Montado en su caballo, el vaquero inspeccionaba su ganado, como lo hacía habitualmente, cuando algo llamó su atención entre los matorrales secos.
—¿Qué habrá ahí? —murmuró para sí mismo, al tiempo que guiaba su caballo hacia el lugar donde algo se movía tímidamente.
Al acercarse, sus ojos curtidos por los años de vida en el campo distinguieron una pequeña cría de venado bura, apenas visible entre las ramas. La venadita estaba asustada, pero no huía. Don Pedro se desmontó con cuidado y se agachó frente a ella.
—Pobre criatura… —dijo mientras extendía la mano con calma—. No te voy a hacer daño.
La venada, quizá agotada o simplemente confiada, se dejó recoger por Don Pedro, quien la sostuvo entre sus brazos con ternura. Sabía que, si la dejaba ahí, probablemente no sobreviviría sola.
—Te vienes conmigo —decidió mientras montaba de nuevo en su caballo con la pequeña cría a cuestas—. Vamos pa’l rancho.
La Nueva Compañera.
De vuelta en El Cimarrón, Don Pedro bautizó a la pequeña venada como Clarita. La recibió como si fuera un miembro más de la familia, y la cuidó con esmero. Todos en el rancho se encariñaron con ella. No era raro ver a Clarita correr detrás de los niños o acompañar a Don Pedro en sus tareas diarias. Pero lo que más le gustaba a la venadita eran las galletas Marías que le daban como premio.
—A Clarita le gustan más las galletas que a mí —bromeaba a menudo uno de los peones—. Si no le damos, capaz y se va pa’ otro rancho.
Los días pasaban, y Clarita crecía, fuerte y sana, pero siempre con esa relación especial con los humanos que la habían adoptado. A pesar de que había sido criada en el rancho, todos sabían que algún día la naturaleza llamaría a la puerta de la venada y que tendría que volver a los montes, donde pertenecía.
La Partida.
Y ese día llegó. Una mañana, Don Pedro notó que Clarita ya no estaba. No fue una despedida anunciada ni dramática; simplemente, un día Clarita se fue. El vaquero observó el horizonte en silencio, con una mezcla de orgullo y nostalgia. Sabía que su compañera había encontrado su camino de vuelta a la naturaleza.
—Era su hora de partir —comentó Don Pedro esa tarde mientras tomaba su café—. Uno no puede retener lo que es libre por naturaleza.
Los días se hicieron semanas, y luego meses, sin señales de Clarita. El rancho siguió su vida habitual, aunque todos recordaban con cariño a la venadita que se había criado entre ellos.
El Regreso Inesperado.
Una tarde, meses después de su partida, algo rompió la rutina del rancho. Don Pedro estaba arreglando las cercas cuando escuchó un suave ruido detrás de él. Al voltear, no pudo creer lo que veía. Ahí estaba Clarita, acompañada de dos pequeñas crías. Parecía haber regresado para mostrarle a Don Pedro lo que había logrado en su vida salvaje.
—¡Clarita! —exclamó con una sonrisa enorme—. ¡Mira nada más lo que trajiste!
Las venaditas, curiosas pero tímidas, se acercaron lentamente a Don Pedro, que permanecía inmóvil, tratando de no asustarlas.
—¿Les has enseñado a venir por galletas Marías también? —bromeó mientras se dirigía al interior del rancho para buscar su regalo favorito.
Clarita y sus crías se quedaron varios días, bebiendo agua fresca del abrevadero y disfrutando de las atenciones de Don Pedro y los demás rancheros. Pero al final, como lo había hecho antes, Clarita decidió volver a los montes con sus crías.
—Sabía que iba a regresar —dijo Don Pedro, orgulloso—. Los lazos que se crean en el campo, aunque invisibles, son fuertes.
La Leyenda de Clarita.
Con el tiempo, la historia de Clarita se volvió parte de las leyendas que se cuentan en las noches frías junto al fogón. Aunque no tiene nada de paranormal, su regreso es recordado como un símbolo de la conexión entre los humanos y los animales, un recordatorio de que incluso en los lugares más remotos, los actos de bondad pueden dejar huellas profundas en la vida de otros seres.
Así, Clarita, la venada que creció entre humanos y regresó con sus crías, sigue viva en las historias que Don Pedro y los suyos cuentan, en esas largas noches donde el campo parece hablar a través del viento y las estrellas.
Por: Gorki Rodríguez. Basada en hechos reales.