Ni el frío, ni la lluvia y la niebla nos detuvo; la orografía de Jiménez nos ofreció un calima y panorama distinto al típico del árido desierto. En un recorrido entre arroyos, el casco de una ex hacienda, muchos cactus extraños, coyotes y los vestigios de las antiguas civilizaciones, por supuesto, también de las tribus nómadas, cazadoras y recolectoras. 

HISTORIASMX. – La lluvia seguía a pausas, pero constante. El primer fin de semana del mes de octubre del 2023, sorprendió a la región sur del estado de Chihuahua, pues la tan anhelada lluvia se hizo presente, aunque débil, era constante y muy empapadora. 

Días atrás del primer domingo del mes ya mencionado, se había planeado la ruta a una sierra cercana a la cabecera municipal de Jiménez. Oscar propuso la gran idea de hacer el recorrido en motocicleta, lo cual daba una enorme ventaja en cuanto a accesibilidad, movilidad y disfrutar más intensamente el paisaje y el viaje.  

El día de la aventura llegó, partimos al desierto central del municipio de Jiménez, uno de los municipios más grandes con extensión territorial del estado de Chihuahua. Un cielo completamente cerrado, una ligera brisa y el termómetro en los 15 grados centígrados, no fueron impedimento, pues a bordo de unas motocicletas de 250 centímetros cúbicos y con la ropa adecuada para las inclemencias del tiempo emprendimos el recorrido.  

Las nubes cubrían casi por completo los cerros, que desde lejos se podían divisar, conforme avanzamos en nuestro trayecto. El camino de regulares condiciones se encontraba húmedo por la lluvia y brisa constante, el olor a hierba era inconfundible, más cuando en algunas franjas del camino se intensificaban los olores del orégano, hasta de venado y guamis, también conocida esta última planta como gobernadora, por ser dominante en el desierto. 

Después de treinta minutos de trayecto y a nivel de la primera sierra, realizamos una parada sanitaria, seguida de un breve descanso, para beber agua y fumar un cigarrillo de los que cargaba Oscar. -Mira, aquí ni los coyotes se escapan de la seca- comentó Oscar con una ligera sonrisa y ruborizado por el aire frío. A un costado del camino, el esqueleto de un coyote yacía en posición fetal, -sería producto de la seca, muerte natural, enfermedad o un disparo- era difícil saber. 

Continuamos el camino, entre desniveles en la terracería hasta llegar al lecho de un arroyo, por donde estaba corriendo el agua, -ya este es un gran aliviane, con esto ya la pasamos- comentó Oscar haciendo alusión a la crisis que enfrentan los ganaderos del municipio, ante la dura seca. 

-Fue algo extraordinario, casi siempre los lechos de arroyo se encuentran secos, polvorientos, pero el ver fluir el agua cristalina y limpia, el ver a aves migratorias disfrutar del agua, era único-. Al cabo de unos minutos, curiosamente un pato silvestre aleteo frente a nosotros y bajó al espejo de agua a sumergir parte de la cabeza – todo este espectáculo a tan solo un metro de donde nos encontrábamos, al cabo de unos minutos el pato levantó el aleteo y emprendió el viaje a otra sección del arroyo. 

Al retomar la ruta, las llantas de las motocicletas patinaron en el arenoso y mojado lecho del arroyo. Saliendo una cuesta pronunciada del camino y al cabo de varias curvas con un paisaje de nubes entre cerros, flora desértica y una ligera llovizna nos condujeron al casco de una vieja hacienda, de la cual quedaban ya unos cuantos cuartos abandonados, los cimientos macizos en las áreas limítrofes al casco de la hacienda de unos corrales de piedra y la nostalgia de lo que un día fuera su esplendor. 

A unos cuantos metros del casco los vestigios de la presencia humana se resisten al tiempo. Un canal para transportar agua, elaborado de cantera que nace desde los límites de una noria, aún con agua, recorría varios metros hasta llegar a unos corrales de piedra. 

El cielo pareció despejarse un poco, el aire frío cesó por un breve tiempo y la sierra que se encontraba detrás de nosotros poco a poco se despejaba de nubes. Ya casi una hora de viaje y nos esperaba otra hora más. A mitad de camino de nuestro destino final se abrió un panorama de bajo relieve, con algunos lomeríos aislados y unas cuantas curvas en el camino.  

La evidencia de que había corrido agua hace días o más bien horas se apreciaba en los arroyos que surcaban el camino. 

Oscar, quien llevaba la delantera, con su mano derecha hizo una seña, indicando una parada. Entre los mezquites apareció un corral de piedra, el cual en algunas secciones se encontraba ya sin forma. 

Nos orillamos en un claro a un costado del camino, cerca del corral. Descendimos de las motos, y caminamos hasta un extremo de la construcción, -por cierto, algo que me llamó la atención es que era de bloques de cantera, mismo material utilizado para todo el perímetro el cual tenía un tamaño de aproximadamente una hectárea. 

“Aquí mucho antes, platican que cuando venían arreando el ganado desde muy lejos, paraban a descansar. Los vaqueros ponían el ganado dentro del corral, pernoctaban y hasta llegar a Jiménez”, platico Oscar.  

Entre los recovecos del corral, algunos ruidos se escuchaban, eran ratones canguros o ratas de campo, nativas del gran Desierto Chihuahuense. Estos ruidos se vieron interrumpidos, por el aullidos de unos coyotes, el cual se escuchó en un área boscosa que se encontraba al frente del corral. 

Casi al partir al frente de un quiote de sotol que se encontraba en la orilla del camino, pasó un coyote de cuerpo embravecido, corriendo, quizá ese fue el motivo de los aullidos, alguna pelea con otros de sus emparentados. 

El camino se volvía a cada kilómetro recorrido más húmedo, pero aún macizo; los cerros aislados eran parte del paisaje. De pronto al pasar cerca de un cerro de baja altitud en donde había una cueva, la llovizna comenzó, empapándonos levemente la ropa. 

Llegamos a una loma, desde la cual se apreciaba ya La Sierra el Diablo, majestuosa como siempre, solo que en esta ocasión cubierta hasta la mitad por las nubes. Contigua se localizaba La Sierra San Francisco, con sus enormes laderas. 

La lluvia pausada continuaba, desde la parte central de la loma, repleta de grandes y viejos ocotillos, localizamos algunas escamas de la talla lítica, puntas de flecha evidencia que indico desde luego la presencia de actividad humana. Primera parte.   

Por: Gorki Belisario Rodróiguez Ávila. 

Fotografía:  Historiasmx / Gorki Rodríguez.

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