Entre los limites de Chihuahua y Coahuila, algunos vestigios de la tribu nómada, cazadora y recolectora de los Tobosos, quedaban aún por descubrir. En compañía de José Luis, nos adentramos en la profundidad de esa parte del desierto Chihuahuense, para investigar y develar los misterios perdidos de la tribu de los Tobosos, y conocer más sobre la vida de esta tribu que domino el gran desierto del Bolsón Mapimí.
HISTORIASMX. – La noche en los límites entre Coahuila y Chihuahua se cernía fría sobre la sierra Ojo del Almagre y el Diablo en el municipio de Jiménez. En ese rincón remoto, al calor de una lumbre titilante, Sergio y su pequeño grupo familiar y el buen amigo José Luis, compartían historias bajo un cielo libre de contaminación lumínica. Las leyendas, algunas de tintes paranormales, flotaban en el aire oscuro, acompañadas por el chisporroteo de elotes asándose al fuego.
La charrasca crujía indicando que estaba lista, una señal para cambiar de tema y disfrutar del festín con mantequilla y sal. Aquella velada encendió la chispa de la aventura, ya que al día siguiente emprenderían la búsqueda de vestigios arqueológicos perdidos de la tribu Tobosa, un componente esencial para la maestría en Periodismo y Poder de la UACH.
La fogata se extinguió al son del reloj, y el sueño los envolvió. Al amanecer, con el sol tiñendo las sierras de un rosado cálido, la expedición se preparó con un desayuno copioso: huevos revueltos con chorizo y tortillas de harina. La troca 4×4, cargada con víveres y la energía necesaria, se lanzó por caminos polvorientos entre arbustos diversos y paisajes únicos.
Después de una hora de travesía, llegaron a «La Quemada», un cerro de baja altura rodeado de piedras volcánicas. Aquí, entre las sierras Ojo del Almagre y el Diablo, yacían los vestigios de los Tobosos, nómadas, cazadores y recolectores que resistieron incansablemente a los conquistadores.
Las construcciones circulares, llamadas corralitos, revelaron la habilidad de los Tobosos para adaptarse al entorno. Piedras de 15 a 20 centímetros de diámetro se apilaban para formar chozas de 2 metros de diámetro y 50 a 100 centímetros de altura, en escalones sucesivos. Aunque aparentemente rústicas, se adecuaron con material de la zona para mayor comodidad.
Fragmentos de palma, utilizados como techos exteriores, ofrecían protección contra la intemperie y depredadores como pumas y lobos. El último corralito aún conservaba restos de zacate, actuando como aislante térmico en el suelo para crear camas cálidas ideales para los inviernos.
En este microclima rico en plantas medicinales y comestibles, los Tobosos encontraron un hábitat temporal perfecto. Además, las chozas se erigieron estratégicamente en una colina con amplia visión del llano, permitiendo a los Tobosos vigilar movimientos de tribus rivales o expediciones.
A pesar de no hallar restos de carbón, indicativo de que no utilizaron fuego en estas chozas, se encontraron puntas de flecha líticas en las llanuras circundantes, evidencia de su destreza en la caza. En el rancho «Corralitos», cercano a la cabecera municipal de Jiménez, también se registraron construcciones Tobosas en el pasado, aunque hoy yacen en el olvido.
Así concluyó la odisea, donde el pasado se reveló entre las piedras y el polvo. La historia de los Tobosos, tejida en la simplicidad de sus corralitos, nos recuerda que cada rincón, por más remoto, guarda secretos que aguardan ser descubiertos y compartidos con el mundo.
Por: Gorki Rodríguez.
Fotografía: Gorki Rodríguez / HISTORIASMX.