Fotografía: HISTORIASMX.

En este contexto, el periodista que incomoda, el reportero que investiga, el fotoperiodista que documenta, se convierte en un blanco, no solo de los delincuentes, sino de los mismos cuerpos de seguridad. En muchos municipios del país, son los propios policías quienes recaban información sobre periodistas, investigan sus domicilios, rastrean sus contactos y hasta entregan su ubicación a terceros.

HISTORIASMX. – En México, ser periodista es jugar a la ruleta rusa con la verdad. En un país donde informar puede costar la vida, la amenaza más cercana y letal no siempre viene del crimen organizado. A menudo, viene de donde debería provenir la protección: las policías municipales.

Las cifras no mienten. Año con año, México se mantiene como uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo, incluso sin estar en guerra. Y mientras se señala a los cárteles o a los grupos armados como los principales agresores, una verdad mucho más alarmante se esconde entre patrullas y radios de frecuencia municipal.

Las policías municipales: el eslabón más débil y más corrupto

De acuerdo con múltiples encuestas de percepción ciudadana, las policías municipales son las instituciones con menor nivel de confianza en todo el país. No es casualidad. Mal pagados, sin preparación, sin controles de confianza verdaderos y, en muchos casos, cooptados por el crimen, algunos elementos y comandantes municipales se han convertido en brazos operativos de los mismos grupos que deberían combatir.

En este contexto, el periodista que incomoda, el reportero que investiga, el fotoperiodista que documenta, se convierte en un blanco, no solo de los delincuentes, sino de los mismos cuerpos de seguridad. En muchos municipios del país, son los propios policías quienes recaban información sobre periodistas, investigan sus domicilios, rastrean sus contactos y hasta entregan su ubicación a terceros.

Investigados por la autoridad, entregados al verdugo

No es paranoia. Casos documentados por organizaciones como Artículo 19, Reporteros Sin Fronteras y la propia Comisión Nacional de Derechos Humanos, demuestran que en varias desapariciones y asesinatos de periodistas ha existido participación directa o indirecta de policías municipales.

En zonas donde impera el silencio impuesto por el narco o los cacicazgos políticos, los comandantes municipales fungen como intermediarios entre el poder y el crimen, y se encargan de “callar” voces molestas. Es en ese nivel donde se fraguan muchas de las traiciones más infames: filtraciones, hostigamientos, detenciones arbitrarias o incluso desapariciones forzadas.

Un periodismo asediado, un Estado ausente

La impunidad es el oxígeno del crimen. Y cuando un periodista es asesinado o desaparecido, la respuesta del Estado es siempre la misma: silencio, dilación o simulación. Se activa el “Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas”, pero ¿de qué sirve una alerta o un botón de pánico cuando el riesgo habita en la misma comandancia municipal?

Los periodistas en México no piden privilegios, piden garantías mínimas para hacer su trabajo. Pero cuando la amenaza viene del propio Estado, ¿a dónde recurrir?

¿Y los ciudadanos? También son víctimas del silencio

El asesinato o la intimidación de un periodista no es solo un crimen contra una persona. Es un ataque directo al derecho de la sociedad a estar informada. Cuando una pluma se apaga, cuando una voz es silenciada, todos perdemos. Porque el miedo se expande y lo que no se dice, también mata: mata el debate público, mata la rendición de cuentas, mata la democracia.

Urge depurar, vigilar y reformar desde lo local

Si queremos proteger a los periodistas, no basta con leyes simbólicas ni mecanismos ineficaces. Se requiere una reforma profunda de las policías municipales, con auditorías externas, controles de confianza reales, supervisión ciudadana, y sobre todo, castigo ejemplar a aquellos elementos que traicionan su uniforme para actuar como sicarios encubiertos.

Porque un país donde los policías espían, persiguen o matan periodistas, no es un país libre. Es un país en ruinas, gobernado por el miedo, donde la verdad es rehén del poder y la sociedad, una víctima colateral.

Por historias

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