Entre ruinas, caminos polvorientos y silencio, el rastro de Caro Quintero persiste en Colonia Búfalo, un enclave de historias y leyendas en el desierto.
HISTORIASMX. – A unos cuantos kilómetros de la cabecera municipal de Allende, Chihuahua, se encuentra la Colonia Búfalo, un lugar que guarda un oscuro pasado como epicentro del narcotráfico en los años ochenta.
El acceso a la zona ya no es fácil, y acercarse al que alguna vez fue el rancho de Rafael Caro Quintero no es recomendable. “Mejor no vayan más adelante”, advierten los habitantes de la región. No es el miedo al “Narco de Narcos” –quien no ha pisado el rancho desde 1985 cuando fue arrestado– sino al control territorial que hoy disputan los cárteles de Sinaloa y Juárez.
Un camino hacia el pasado: el trayecto al rancho de Caro Quintero.
La carretera hacia Colonia Búfalo termina antes de llegar, dejando como opción única las brechas improvisadas que se pierden entre los matorrales y el desierto. Aquí, todo tiene un aire espectral; los habitantes cuentan en susurros cómo, hace cuatro décadas, Caro Quintero adquirió 800 hectáreas para crear una base de operaciones desde la cual exportaba marihuana a los Estados Unidos. En ese entonces, toneladas de cannabis eran traídas de diversos estados y empacadas para ser llevadas al norte, cruzando por Ojinaga.
El golpe del 8 de noviembre de 1984: la “Operación Pacífico”.
El 8 de noviembre de 1984, Búfalo fue testigo de una de las mayores operaciones contra el narcotráfico en México.
Más de 300 elementos del Ejército Mexicano y agentes de la Procuraduría General de la República irrumpieron en la zona, decomisando 5 mil toneladas de marihuana y arrestando a miles de personas. Hilario Mendoza, uno de los ejidatarios a quienes el gobierno repartió tierras expropiadas a Caro Quintero, recuerda cómo formaron una “montaña de marihuana” de cinco metros de altura, a la que prendieron fuego. “Tardó días en apagarse”, rememora don Hilario, hoy con 76 años.
Las sombras de los jornaleros: explotación y silencio.
Durante la operación, se arrestaron a alrededor de 2 mil jornaleros, aunque algunos lograron escapar. Según testimonios y archivos, en Búfalo trabajaban cerca de 10 mil personas en condiciones de aislamiento absoluto. “Era como un campo de concentración”, relatan quienes vivieron esos años, vigilados de cerca por capataces que impedían cualquier interacción con el exterior. Hoy, don Hilario dice que eran como sombras. “Venían y se iban… Eran como sombras”, comenta en voz baja, recordando a esos trabajadores que parecían no tener rostro ni historia propia.
Tesoros ocultos y nuevas leyendas en Búfalo.
Después de la “Operación Pacífico” y del arresto de Caro Quintero, se desató la búsqueda de tesoros ocultos en el rancho. La leyenda dice que había armas y dólares enterrados, y don Hilario admite que incluso él se animó a levantar rocas con la esperanza de encontrar algo.
“Todavía vienen algunos, buscando tesoros”, asegura, aunque a la fecha, nada se ha encontrado en el terreno que ahora es de su propiedad y se dedica a la ganadería.
De enclave de narcotraficantes a corredor del narco.
Hoy, Búfalo es una colonia casi vacía, con apenas 200 habitantes y pocas señales de progreso. Lo que alguna vez fue un epicentro del Cártel de Guadalajara es ahora un corredor estratégico para el Cártel de Sinaloa y el Cártel de Juárez. Las brechas que cruzan la región conectan la carretera de Jiménez-Parral con Guachochi y Guadalupe y Calvo, en el corazón del Triángulo Dorado, y desde ahí hacia la Comarca Lagunera, al sur, o Coyame y Ojinaga, al norte.
En este paisaje de soledad y silencio, los pobladores saben de la presencia de narcotraficantes, pero prefieren no mirar ni hablar del tema. Para ellos, la única diferencia entre los años de Caro Quintero y los cárteles actuales es el peligro de ser atrapados en fuego cruzado, una amenaza que, según don Hilario, no da tregua. «Lo que sí es que entonces como ahora se ven pasar camionetas que cortan el polvo de la terracería, y apremia algo en el pecho si habrá un enfrentamiento», dice con la mirada perdida.
El silencio que nunca se va.
Cuarenta años después, el eco de aquel infame rancho en Búfalo aún resuena en los habitantes que quedan, como don Hilario y su esposa. En sus recuerdos, los caminos y parajes de Búfalo no son solo escenarios de un pasado violento, sino también símbolos de un presente donde el miedo y el silencio siguen siendo los amos. “Lo que quedaba de esa hierbita se lo llevó el Ejército; aquí ya no queda nada… El silencio es lo único que nos acompaña”.
Por: Gorki Rodríguez.