Fotografía: Archivo / Ilustrativa.

En las calles de Parral, Lalo y Duque continúan su marcha, día tras día, como dos almas errantes que, a pesar de todo, siguen encontrando la fuerza para seguir adelante.

HISTORIASMX. – A plena luz de la mañana, cuando las calles de Parral comienzan a llenarse de vida, una figura solitaria recorre la ciudad empujando su carrito cargado de cartón. Gerardo Medina Sánchez, conocido por todos como Lalo, tiene 57 años y su rostro curtido refleja las marcas de una vida de lucha y sacrificio. A su lado, como una sombra fiel, camina «Duque», su perro, compañero inseparable, siempre alerta, siempre en silencio.

Cada día, desde temprano, Lalo comienza su recorrido. Con manos endurecidas por el trabajo y el tiempo, rebusca en cada esquina, en los contenedores y en las banquetas. El cartón es su mayor tesoro, lo apila cuidadosamente en su carrito hasta que alcanza unos 30 kilos, peso que carga con una mezcla de resignación y fortaleza. Es un trabajo que ha aprendido a repetir, casi como un ritual sagrado que sostiene su vida y la de su fiel amigo.

El valor de su esfuerzo, sin embargo, es dolorosamente bajo. Cada kilo de cartón que logra recolectar se traduce en apenas 60 centavos. Al final de una jornada agotadora, en la que camina kilómetros bajo el implacable sol de Parral, su recompensa apenas ronda los 180 pesos. Con esa escasa cantidad, Lalo sobrevive, día tras día, en una ciudad que lo ve pero a menudo lo ignora.

A veces, algún transeúnte conmovido se detiene y le extiende una moneda. Cinco, diez, tal vez quince pesos. No es mucho, pero es una muestra de que aún hay quienes lo ven, quienes reconocen su lucha silenciosa. Pero Lalo no espera la caridad. Es un hombre orgulloso, un guerrero en una batalla diaria, y su carrito lleno de cartón es el símbolo de su resistencia. En su caminar firme y decidido, hay una dignidad que pocos ven, pero que está presente en cada paso, en cada kilo de cartón que recoge.

Su familia está lejos, en Juárez, y la soledad es una compañera constante en su vida. Pero Lalo no está completamente solo. Duque, su leal perro, está siempre a su lado, acompañándolo en las largas horas de trabajo, en las caminatas interminables por las calles de Parral. Juntos, hombre y perro, forman una alianza silenciosa, dos almas errantes que han encontrado consuelo el uno en el otro, en un mundo que parece haberles dado la espalda.

La vida para Lalo no es fácil. Cada día recorre decenas de kilómetros bajo el sol abrasador, su rostro oculto bajo una gorra desgastada que lleva el nombre de algún político olvidado. Pero no se queja. Hay una firmeza en su andar, una decisión inquebrantable que lo empuja a seguir adelante, a pesar de las dificultades. Porque Lalo no tiene otra opción: debe sobrevivir, debe luchar, debe encontrar la manera de seguir adelante, aún cuando las recompensas son mínimas.

En las calles de Parral, Lalo es una figura familiar, pero invisible. Muchos lo ven pasar, pero pocos realmente lo miran. Su carrito no solo carga cartón, sino también las historias de una vida vivida al margen, de una existencia marcada por la necesidad, pero también por la dignidad. Lalo no es solo un recolector de cartón; es un luchador incansable, un hombre que, a pesar de todo, se niega a rendirse.

Cada paso que da es un pequeño triunfo en una batalla que parece interminable. Cada kilo de cartón que apila en su carrito es una declaración de resistencia, una prueba de que, aunque la vida sea dura, todavía tiene valor. Porque para Lalo, la vida es más que una mera lucha por la supervivencia. Es un acto de resistencia, un testimonio silencioso de lo que significa vivir con dignidad, aún en medio de la adversidad.

En las calles de Parral, Lalo y Duque continúan su marcha, día tras día, como dos almas errantes que, a pesar de todo, siguen encontrando la fuerza para seguir adelante.

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