Es crucial que estas historias no se pierdan en el olvido y que se tomen medidas para proteger y restaurar los sitios históricos que forman parte del legado cultural de México.
HISTORIASMX. – En la vasta geografía de la Revolución Mexicana, son pocos los sitios que han sido documentados en detalle, y muchos más los que, por falta de atención y cuidado, han caído en el olvido. Tal es el caso del Hotel de Doña Luisa, una construcción ubicada en el Barrio de la Estación del municipio de Jiménez, Chihuahua, que, a pesar de haber sido escenario de importantes acontecimientos durante el conflicto revolucionario, hoy yace en ruinas, ignorado por las autoridades y casi borrado de la memoria colectiva.
Este lugar no solo fue un refugio temporal para soldados, revolucionarios y civiles, sino también el escenario de un dramático episodio en la vida de John Reed, el periodista estadounidense que documentó de manera vívida y detallada los eventos de la Revolución Mexicana. Reed, famoso por su obra México Insurgente, estuvo a punto de perder la vida en este hotel, un hecho que, de haber tenido un desenlace trágico, habría privado al mundo de una de las crónicas más completas y valiosas de este periodo crucial en la historia de México.
John Reed y México Insurgente: Un Testimonio Íntimo de la Revolución.
John Reed fue un periodista y escritor norteamericano, conocido por su habilidad para sumergirse en el corazón de los conflictos que cubría, viviendo y luchando al lado de los protagonistas de las historias que narraba. México Insurgente es su obra más reconocida, una crónica apasionada y detallada de la Revolución Mexicana, que ofrece una perspectiva única, no solo de los grandes líderes y batallas, sino también de la vida cotidiana y los pequeños dramas que se desarrollaban en las sombras de la guerra.
En uno de los episodios de este libro, Reed narra su llegada a Jiménez a bordo de un tren de tropas que avanzaba hacia el sur en dirección a Escalón. El tren, compuesto por varios furgones de carga llenos de caballos y soldados, estaba abarrotado de hombres y mujeres que viajaban en condiciones precarias. Las descripciones de Reed pintan un cuadro vívido de la escena: ventanas, espejos y lámparas destrozadas; asientos de pana arrancados; y agujeros de bala que adornaban las paredes como un macabro friso.
El viaje en sí mismo era un reflejo de la devastación que la guerra había traído a México. La vía férrea estaba recién reparada y, en varios puntos donde antes existían puentes, el tren tenía que descender a los arroyos para luego subir con dificultad por vías improvisadas y frágiles, construidas apresuradamente. Durante el trayecto, los pasajeros eran continuamente sacudidos por rumores de que los bandidos de Castillo planeaban volar el tren con dinamita, un peligro constante en esos tiempos tumultuosos.
Dentro del tren, Reed se encontró con una serie de personajes pintorescos que añadían color y drama a la ya tensa atmósfera. Entre ellos, un hombre harapiento que, a pesar de su apariencia, llevaba una cachucha con la palabra «conductor» en letras doradas, aunque ya casi desvanecidas. Este hombre, evidentemente borracho, abrazaba a sus amigos y pedía con severidad los boletos a los extranjeros. Reed, con su característica audacia, se presentó al conductor con una moneda estadounidense como obsequio, lo que le valió un pase libre para viajar por toda la república sin pagar.
El tren era una microcosmos de la sociedad mexicana de la época: oficiales perfectamente uniformados con espadas al costado, peones con grandes sombreros de paja y sarapes raídos, indígenas en ropas azules de trabajo, y mujeres con rebozos negros y niños llorando en brazos. La convivencia dentro del tren era caótica pero vibrante, con hombres que organizaban peleas de gallos en medio del pasillo, mientras otros tocaban música o recitaban corridos sobre las hazañas revolucionarias.
La Llegada a Jiménez y el Hotel de Doña Luisa.
Al caer la tarde, el tren llegó a Jiménez. Reed, quien había logrado abrirse paso a través de la multitud, bajó del tren mientras este aún estaba en movimiento y se dirigió hacia el Hotel de Doña Luisa, un establecimiento situado cerca de la estación de trenes. El ambiente en el pueblo era festivo y caótico, con soldados borrachos alternando con chicas pintadas, todos caminando del brazo hacia sus destinos nocturnos.
El Hotel de Doña Luisa, sin embargo, estaba cerrado. Reed tocó a la puerta y fue recibido por una anciana increíblemente enérgica y de cabellera blanca desordenada, que lo observó a través de un par de lentes de acero. Esta mujer era Doña Luisa, la dueña del hotel, quien a pesar de su avanzada edad, seguía administrando el lugar con mano firme.
Doña Luisa, una norteamericana de más de ochenta años, había llegado a México hacía más de cuarenta años y se había encargado del hotel desde la muerte de su esposo. La guerra y la paz eran lo mismo para ella; la bandera estadounidense ondeaba a la puerta del hotel, y en su casa, ella era la única autoridad. Su dominio sobre el lugar era absoluto, al punto de que había enfrentado a figuras tan temibles como Pascual Orozco, uno de los líderes revolucionarios más despiadados.
Reed narra cómo, durante uno de los episodios más oscuros de la Revolución, cuando Orozco tomó Jiménez y sus hombres instauraron un reino de terror alcohólico en la ciudad, Doña Luisa se plantó en la entrada de su hotel y, sola, confrontó a Orozco y a sus oficiales, exigiéndoles que se marcharan. Sorprendentemente, Orozco, conocido por su brutalidad y su tendencia a matar a cualquier persona que se interpusiera en su camino, obedeció y se retiró del lugar, dejando a Doña Luisa y su hotel en paz.
Un Legado Ignorado: El Abandono del Hotel.
A pesar de su rica historia y de haber sido testigo de eventos cruciales durante la Revolución Mexicana, el Hotel de Doña Luisa ha sido tristemente descuidado por las autoridades locales de Jiménez. A lo largo de los años, diferentes administraciones han mostrado una falta de interés alarmante en preservar este patrimonio, permitiendo que el edificio se deteriore hasta llegar a su actual estado de ruina.
Este abandono es especialmente lamentable porque el hotel podría haber sido transformado en un centro cultural o museo dedicado a la Revolución Mexicana, un lugar donde las futuras generaciones pudieran aprender sobre la historia del país y sobre las vidas de personajes como John Reed y Doña Luisa, cuyas acciones valientes y decididas dejaron una huella en la historia. En lugar de esto, el edificio ha sido dejado a merced del tiempo y la indiferencia, convirtiéndose en un testigo silencioso de la negligencia hacia el patrimonio histórico de la nación.
Reflexión Final.
La historia del Hotel de Doña Luisa en Jiménez, Chihuahua, es un recordatorio poderoso de la importancia de preservar y honrar los lugares que, aunque aparentemente insignificantes, albergan historias profundas y significativas. El relato de John Reed, detallado en México Insurgente, nos ofrece una ventana a un mundo pasado, un mundo donde la valentía y la determinación podían cambiar el curso de los acontecimientos, incluso en los momentos más oscuros.
Es crucial que estas historias no se pierdan en el olvido y que se tomen medidas para proteger y restaurar los sitios históricos que forman parte del legado cultural de México. El Hotel de Doña Luisa es más que un edificio en ruinas; es un símbolo de resistencia y de la rica historia que aún queda por descubrir en los rincones menos conocidos del país. Preservarlo es una obligación no solo hacia el pasado, sino también hacia las futuras generaciones que tienen derecho a conocer y aprender de su historia.
Por: Gorki Rodríguez.