La historia que Narigua tiene para contar no se limitará a las piedras que guardan sus secretos, sino también a la capacidad de la sociedad para reconocer, preservar y celebrar las riquezas que forman parte de nuestra herencia común.
HISTORIASMX. – En el corazón del desierto coahuilense, entre cerros áridos y un vasto paisaje de lechuguillas y cactáceas, se encuentra Narigua, un sitio arqueológico que guarda secretos milenarios grabados en piedra. Con más de 8,000 petroglifos distribuidos en cerca de mil rocas, Narigua se erige como uno de los yacimientos prehistóricos más importantes de México. Sin embargo, pese a su inmenso valor cultural, esta joya arqueológica ha sido relegada al olvido, víctima de la desidia gubernamental y el abandono de las instituciones responsables de su protección.
Un Reconocimiento Efímero.
En 2021, Narigua saltó a la escena nacional cuando uno de sus petroglifos apareció en un billete de la Lotería Nacional. Este inesperado reconocimiento generó interés en grupos de excursionistas, arqueólogos y amantes de la cultura, quienes, motivados por la publicidad, decidieron aventurarse a descubrir este rincón oculto de Coahuila. Sin embargo, la emoción inicial se desvaneció al enfrentarse con una dura realidad: un camino de terracería lleno de baches, un sitio sin guías, sin señalética, sin cédulas explicativas, y dos baños clausurados, que no son más que fosas sépticas construidas hace años.
El malestar y la decepción de los visitantes fueron evidentes. Un sitio arqueológico de tal relevancia debería contar con instalaciones dignas y servicios básicos para recibir a turistas, pero Narigua ha quedado atrapado en la inercia del olvido. Las promesas de desarrollo y conservación se han diluido en la burocracia y la falta de recursos.
Un Presupuesto Limitado y Mal Distribuido.
El municipio de General Cepeda, al que pertenece Narigua, dispone de un presupuesto anual de 50 millones de pesos para sus diversas áreas. Sin embargo, solo un 4% de este monto, alrededor de dos millones de pesos, se destina a la promoción de sus sitios históricos. Esta cifra, que incluye los salarios de los empleados de la Dirección de Turismo y los insumos de la oficina, es insuficiente para mantener en condiciones óptimas un sitio con el potencial de Narigua.
Narigua, el sitio arqueológico más grande e importante de Coahuila, ha sido mantenido por décadas en el olvido. Pese a sus más de 2,500 años de historia plasmada en piedra, las inversiones en infraestructura y promoción han sido casi inexistentes. Los esfuerzos por dignificar la zona han sido mínimos y dispersos, incapaces de mejorar significativamente la calidad de vida de las 20 familias que habitan en el ejido de Narigua y su anexo, El Mogote.
Historia y Desafíos de Conservación.
El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el municipio de General Cepeda son responsables de la conservación y resguardo de Narigua. Sin embargo, las limitaciones presupuestales han dejado este sitio en una situación crítica. Según el arqueólogo Yuri de la Rosa Gutiérrez, Narigua tiene un valor comparable al de las pirámides mesoamericanas. Sin embargo, a diferencia de los monumentos de Mesoamérica, el norte de México ha sido históricamente desatendido.
La centralización de los recursos y la narrativa histórica han dejado a las culturas del norte en un segundo plano. «La historia se ha construido desde el centro. Por eso ha habido una desatención hacia todo lo que es del norte», señala la doctora Ana Isabel Pérez Gavilán, especialista en historia del arte. Narigua y otros sitios del desierto han sido marginados, vistos como espacios donde «no hay nada», a pesar de que las sociedades que habitaron esta región alcanzaron un grado de especialización comparable al de culturas reconocidas mundialmente.
Los Vestigios de una Cultura Ancestral.
Los petroglifos de Narigua son testimonio de los cazadores-recolectores que vivieron en el desierto hace miles de años. Estas culturas lograron desarrollarse en un entorno inhóspito, adaptándose a las duras condiciones climáticas sin necesidad de grandes construcciones. «La arqueología del desierto es tan importante como cualquier otra cultura a nivel universal», afirma Yuri de la Rosa. Aunque no erigieron pirámides, los habitantes de esta región dejaron una huella profunda y duradera en la historia de la humanidad.
Pese a su valor arqueológico, Narigua ha sufrido el saqueo hormiga durante décadas. Las puntas de flecha, buriles y otros artefactos han sido robados, perdiéndose información invaluable sobre las culturas que los fabricaron. «Si uno camina alrededor del cerro, ya no encuentra nada porque la gente ha venido a llevarse un recuerdo», lamenta la maestra Laura Cristina Martínez García, investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Coahuila.
Esfuerzos Aislados y Futuro Incierto.
A lo largo de los años, se han hecho intentos para mejorar la situación de Narigua. En 2019, el alcalde saliente de General Cepeda, Juan Salas Aguirre, gestionó la rehabilitación de un pequeño puente y labores de limpieza, invirtiendo unos 500 mil pesos. Sin embargo, estas acciones, aunque necesarias, no son suficientes para transformar el sitio en un atractivo turístico digno de su relevancia histórica.
Según estimaciones, se necesitarían al menos 120 millones de pesos para pavimentar el camino, instalar señalética y construir infraestructura adecuada. Pero tanto el municipio como el INAH enfrentan serias limitaciones económicas. Los recortes presupuestales del gobierno federal han dejado al INAH sin recursos suficientes para realizar investigaciones de campo o tareas de conservación. Además, la pandemia ha agravado la situación, paralizando proyectos y reduciendo aún más la disponibilidad de fondos.
La Lucha por la Autogestión.
Ante la falta de apoyo gubernamental, la comunidad de Narigua ha intentado organizarse para aprovechar el patrimonio arqueológico que poseen. En 2006, un grupo de profesores de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro (UAAAN) desarrolló un programa de Economía Solidaria para empoderar a los campesinos y enseñarles a gestionar el sitio. La idea era que los pobladores pudieran cobrar una cuota a los turistas, vender artesanías inspiradas en los petroglifos y generar ingresos a partir de su cultura.
Aunque en un principio el proyecto tuvo éxito, las divisiones internas y los conflictos ejidales minaron el progreso alcanzado. Las rencillas entre los habitantes de Narigua y El Mogote hicieron que el control del sitio cayera en manos de un pequeño grupo que monopolizó los beneficios, dejando al resto de la comunidad sin acceso a las oportunidades generadas.
¿Una Oportunidad Desperdiciada?
A pesar de las condiciones adversas, Narigua sigue atrayendo a turistas, sobre todo en tiempos recientes debido al boom turístico que ha generado la necesidad de viajar a lugares cercanos tras la pandemia. Sin embargo, la falta de infraestructura adecuada sigue siendo un problema. No hay áreas de descanso, sombra ni servicios básicos para los visitantes. «Todo el mundo quiere ir, pero nadie le quiere invertir», resume el arqueólogo Yuri de la Rosa.
El futuro de Narigua depende en gran medida de un cambio en la visión de las autoridades. El director del INAH en Coahuila, José Francisco Aguilar Moreno, asegura que la única solución sería que el gobierno federal comprara las tierras donde se ubican los petroglifos. Esto permitiría destinar recursos para la conservación y convertir a Narigua en una zona arqueológica formal, con servicios, seguridad y un plan de manejo integral.
Narigua es mucho más que un sitio arqueológico olvidado; es un testimonio vivo de la resistencia cultural en un entorno adverso. Es una ventana a un pasado remoto que merece ser valorado y protegido. Sin embargo, mientras persistan los problemas de centralización, falta de recursos y conflictos locales, Narigua seguirá siendo un tesoro oculto, admirado solo por unos pocos, mientras su potencial turístico y cultural sigue siendo una oportunidad desperdiciada.
La historia que Narigua tiene para contar no se limitará a las piedras que guardan sus secretos, sino también a la capacidad de la sociedad para reconocer, preservar y celebrar las riquezas que forman parte de nuestra herencia común.