Fotografía: HISTORIASMX.

La perforación ilegal del manto acuífero principalmente para la irrigación del nogal; construcción de represas y cárcamos para desviar el agua del cauce del Río Florido, acabo con el suministro de agua del manantial del Ojo de Atotonilco y 16 especies de peces que habitaban en cauce del Ojo.

HISTORIASMX. – Hasta hace 20 años, el Ojo de Atotonilco, ubicado en la región sureste del estado de Chihuahua, en el municipio de Villa López, era un vibrante manantial que albergaba 16 especies de peces y una rica flora acuática. Este oasis natural era el principal proveedor de agua del municipio y un importante ecosistema de la ribera del Río Florido. Sin embargo, la sobreexplotación de los acuíferos y del agua del río ha llevado a la extinción de este vital afluente.

La Sobreexplotación y sus Consecuencias

En las últimas dos décadas, la extracción desmedida de agua ha secado el Ojo de Atotonilco. El río, que solía ser alimentado por los escurrimientos de la presa Pico de Águila, dejó de fluir, provocando que los veneros subterráneos que alimentaban el manantial se agotaran. Este sobreuso no solo afectó a Villa López, sino también a los municipios de Jiménez y Camargo, que dependían del mismo acuífero.

Con una extensión de 527 metros de largo y un ancho promedio de 28 metros, el Ojo de Atotonilco no solo era una fuente de agua potable, sino que también irrigaba los campos agrícolas de la región. Además, albergaba una biodiversidad impresionante, con una variedad de flora y fauna acuática que incluía especies endémicas de peces y plantas.

La Extinción de las Especies

De las 16 especies de peces que alguna vez habitaron en el Ojo de Atotonilco, hoy solo queda el recuerdo de sus nombres. Especies como Campostoma ornatum Girard, Cyprinella lutrensis, Cyprinus carpio, y Gila pulchra eran comunes en estas aguas. En particular, el bagre (Pylodictis olivaris) y la mojarra (Lepomis macrochirus) eran las favoritas de los pescadores locales debido a su alto valor nutricional y abundancia de carne.

Además de la pérdida de peces, la sobreexplotación del agua también llevó a la desaparición de la tortuga de agua dulce y del cangrejo de río, especies que eran símbolos del ecosistema del Ojo de Atotonilco. La flora acuática también sufrió, con plantas como Ceratophyllum demersum, Eleocharis montevidensis, y Polygonum punctatum desapareciendo junto con el agua.

El Paisaje Actual

Hoy en día, el Ojo de Atotonilco es una sombra de lo que fue. Al pasar la puerta de acceso, lo que una vez fue un majestuoso oasis rodeado de álamos se ha transformado en un lecho seco de piedras, flora acuática muerta y basura. Un letrero en el lugar prohíbe la pesca, una actividad que ya no es posible debido a la falta de agua.

Don Bernal, un residente local, recuerda con nostalgia los días en que el Ojo de Atotonilco era un lugar de recreo y sustento: «Es raro que venga gente como usted a tomar fotos aquí en el Ojo. Cómo extraño esos tiempos donde el Ojo tenía agua. Mucha gente venía todos los fines de semana, muy bonito. Venían aquí, comían, se bañaban y hasta pescaban unos pescadones. Hoy todo eso se acabó.»

Un Legado Perdido

El Ojo de Atotonilco no solo fue un recurso natural vital, sino también un lugar de importancia histórica. La tribu de los Tobosos utilizaba el manantial para subsistir hasta la llegada de las primeras misiones franciscanas en 1619. Sin embargo, la avaricia por el agua y la falta de acción de la Comisión Nacional del Agua llevaron a la escasez en 2019 y, finalmente, a la extinción del ecosistema.

La historia del Ojo de Atotonilco es un trágico recordatorio de las consecuencias de la sobreexplotación de los recursos naturales. Lo que una vez fue un vibrante ecosistema, rico en biodiversidad y vital para la comunidad de Villa López, se ha convertido en un desierto seco debido a la falta de regulación y conservación. La pérdida de este manantial no solo afecta a la ecología de la región, sino también a la memoria cultural y a las generaciones futuras que solo podrán conocer su esplendor a través de los relatos de aquellos que lo vivieron.

Por: Gorki Rodríguez.

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