Entre girasoles y cornetas: el legado vivo de la Escuela Normal Rural de Salaices

Una crónica de la vida cotidiana en la institución que formó a más de mil quinientos maestros rurales en el corazón agrícola de Chihuahua.

HISTORIASMX. – Entre los álamos que bordeaban la acequia del Tajo y el eco de las cornetas al amanecer, floreció una comunidad educativa única en su tipo. La Escuela Normal Rural de Salaices, en Chihuahua, no solo enseñaba a leer y escribir, sino también a sembrar, construir, resistir y soñar colectivamente. Su historia, que se extendió de 1927 a 1969, es la de una utopía rural pedagógica interrumpida por el miedo del Estado.

Una escuela sembrada entre girasoles

La Normal de Salaices nació el 12 de enero de 1927 como Escuela Central Agrícola. Sus terrenos, según los registros, estaban cubiertos de girasoles cuando inició la construcción. Pronto, se convirtió en un internado autosustentable, con 673 hectáreas (luego reducidas a 350) dedicadas a la producción agrícola y ganadera.

El ingreso requería dos cosas: ser hijo de ejidatario y tener más de 16 años. Ahí, se estudiaba desde las 5 de la mañana hasta las 9 de la noche. Los estudiantes cultivaban trigo y alfalfa, criaban animales y recibían clases de civismo, historia, español, matemáticas y agricultura.

Disciplina, comunidad y autogobierno

En Salaices, la colectividad valía más que el individuo. Todo estaba regulado por una estricta organización:

  • Un código disciplinario que descontaba puntos por faltas.
  • Comités de Aseo, Raciones y Honor y Justicia que aseguraban el orden.
  • Una Sociedad de Alumnos Corazón y Acero, con fuerte conciencia política, ligada a la FECSM.

“Vivíamos como en una comuna donde no existía el egoísmo”, recuerda el autor. Los días estaban cronometrados por la banda de guerra y la rutina incluía desde clases académicas hasta el aseo de patios con escobas hechas de jarilla del río.

Una formación verdaderamente integral

La escuela era un hervidero de actividad. Cada alumno podía ser músico, panadero, orador, apicultor o deportista, según sus habilidades. Había orquesta, orfeón, teatro, prácticas docentes y jornadas comunitarias donde se enseñaba a construir casas de adobe o a inyectar animales.

Los miércoles eran para prácticas pedagógicas en comunidades rurales como Santa Ana o La Porreña. Ahí, los futuros maestros usaban cartulinas, “cintas cinematográficas” hechas a mano y lonches humildes con pan y café tapado con un olote, todo bajo la supervisión de maestros formadores.

El arte, el deporte y la revolución

La música y el deporte eran pilares fundamentales. Bandas de guerra equiparables a las de zona militar, orquestas con guitarristas virtuosos, y basquetbolistas que viajaron por el mundo. El comedor funcionaba como salón de clases, centro de espectáculos y tribuna política.

Los estudiantes leían a Makarenko, Ostrovski y Gorki, y discutían el sentido del deber, la revolución y el trabajo colectivo. La vida era austera pero rica en espíritu y formación.

El final abrupto: cuando el Estado le temió a su propia obra

En agosto de 1969, el gobierno federal cerró 14 normales rurales, incluida Salaices. La causa, según el testimonio, fue el papel que estas escuelas jugaron en la efervescencia del movimiento estudiantil de 1968. Las instalaciones fueron tomadas por fuerzas del Estado. Los alumnos apenas pudieron resistir y terminaron sus estudios en la Normal de Aguilera, Durango.

Un legado sembrado en el corazón del pueblo

Salaices dejó un legado de más de 1,500 maestros formados, muchos de los cuales han sido líderes comunitarios, políticos, promotores culturales y defensores del magisterio rural. A pesar de su cierre, la memoria de su modelo educativo vive en quienes lo vivieron, en quienes lo cuentan, en quienes aún sueñan con una educación transformadora en el campo mexicano.

“La Normal de Salaices se cerró por el tipo de maestros que ahí nos formamos”, sentencia uno de sus egresados.

Referencias: DIALNET La vida cotidiana en la Escuela Normal Rural de Salaices, Chihuahua / Ramón Gutiérrez Medrano.

Por: Gorki Belisario Rodríguez Ávila.

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