Fotografía: Aitor Sáez / El País.

El acceso a la educación y los servicios básicos para las comunidades rarámuri desplazadas es casi inexistente. En Camargo, por ejemplo, se detectó que 24 menores trabajaban en los campos, pero solo 18 estaban inscritos en la escuela

HISTORIASMX. – En la región centro-sur del estado de Chihuahua, que abarca municipios como Delicias, Meoqui, Camargo, Salaices, Jiménez, López y Coronado, los campos agrícolas que producen chile jalapeño, cebolla y otras hortalizas están marcados por una alarmante problemática:

la explotación de trabajadores indígenas rarámuri en condiciones de semiesclavitud, donde incluso niños pequeños trabajan largas jornadas bajo el sol inclemente, con salarios miserables y en situaciones de extrema precariedad.

Niños trabajando de sol a sol en los campos de chile.
Uno de los casos más desgarradores es el de Marisa, una niña rarámuri de aproximadamente seis o siete años que no sabe su edad exacta. Ella trabaja en los campos como cualquier adulto, recogiendo chiles jalapeños durante jornadas que pueden extenderse hasta 10 horas al día. Su madre, Josefina, explica que no puede dejarla sola en el rancho del patrón, por lo que la lleva consigo para evitar que corra riesgos. Como Marisa, cientos de niños indígenas trabajan de sol a sol en los campos, donde su infancia queda sepultada bajo la crueldad del trabajo agrícola.

Condiciones laborales inhumanas: la realidad de los jornaleros rarámuri.
El Colectivo Nuevo Amanecer ha denunciado las inhumanas condiciones laborales a las que son sometidos los jornaleros rarámuri. Estos indígenas han sido desplazados de la Sierra Tarahumara debido a la sequía y la violencia del crimen organizado, viéndose forzados a migrar hacia las planicies de Chihuahua, donde encuentran trabajos temporales en los latifundios, pero con condiciones de explotación extrema.

Daisy, de tan solo tres años, y su madre Macrina, de 21, son solo un ejemplo más de las familias rarámuri que sobreviven en estos campos. Macrina se ve obligada a trabajar de sol a sol en la cosecha de chiles, mientras carga a su pequeña hija por miedo a dejarla sola. Este tipo de situaciones son comunes en una región donde la infraestructura de apoyo es prácticamente inexistente.

Aumento del trabajo infantil y muertes en los campos.
Desde 2018, la Secretaría del Trabajo de Chihuahua ha detectado 623 menores de edad trabajando en los campos agrícolas, muchos de ellos por debajo de los 15 años. En el último año, se reportó un incremento del 8% en el trabajo infantil, y al menos 15 niños han perdido la vida en estos latifundios, la mayoría por atropellos o golpes de calor, soportando temperaturas de hasta 45 grados Celsius. En septiembre pasado, una niña de seis años fue atropellada por un autocar en una granja de Camargo mientras sus padres pizcaban chile, un trágico recordatorio de las condiciones peligrosas en las que viven estos niños.

Explotación laboral: salarios miserables y falta de derechos.
Los jornaleros indígenas trabajan hasta 15 horas al día, recibiendo salarios que apenas superan los 250 pesos diarios (unos ocho euros). Para muchos, como Carmela, una niña de 12 años, y Barragán, un jornalero que lleva a su hijo al campo para poder completar ese irrisorio salario, la única opción es trabajar más horas o traer a sus hijos al campo, ya que de lo contrario no podrían subsistir.

A pesar de las denuncias y las inspecciones, los patrones continúan explotando a estos trabajadores, quienes no tienen otro medio para sobrevivir.

Falta de acceso a educación y servicios básicos.
El acceso a la educación y los servicios básicos para las comunidades rarámuri desplazadas es casi inexistente. En Camargo, por ejemplo, se detectó que 24 menores trabajaban en los campos, pero solo 18 estaban inscritos en la escuela. Las aulas más cercanas para estos niños están a más de 36 kilómetros, lo que hace imposible su asistencia regular. Además, los rarámuri enfrentan barreras lingüísticas, ya que muchos no hablan español fluido, lo que los aísla aún más y dificulta su acceso a los derechos laborales y humanos básicos.

Esclavitud moderna: la sombra del crimen organizado.
Tanto el Gobierno de Estados Unidos como las autoridades locales han detectado formas de esclavitud moderna en los cultivos de la región. Algunos trabajadores son obligados a permanecer en los campos bajo amenaza de despido o violencia, y en muchos casos, se estima que en México hay 341,000 víctimas de esclavitud moderna, según el Índice Mundial de Esclavitud.

En los ranchos, se ha implementado seguridad privada para impedir el acceso de las autoridades y frenar las inspecciones sorpresa. A menudo, los equipos de inspección son interceptados por hombres armados que protegen los intereses de los grandes productores.

Falta de sanciones y justicia para los jornaleros.
A pesar de que la Secretaría del Trabajo ha abierto 38 procesos sancionatorios contra productores desde 2018, ningún caso ha llegado a una sentencia, y solo en dos ocasiones se han impuesto multas a los responsables. La impunidad que rodea estos casos solo agrava la situación de explotación que viven miles de jornaleros indígenas, quienes siguen trabajando en condiciones inhumanas sin que las autoridades les brinden el apoyo necesario.

Una infancia robada en los campos de Chihuahua.
Las manos de Marisa, agrietadas y llenas de callos, son el reflejo de una infancia perdida en los campos agrícolas de Chihuahua. Con apenas seis años, ha pasado más de diez horas arrodillada pizcando unos 400 chiles por día, recibiendo apenas 50 pesos (dos euros) por su trabajo. Como ella, cientos de niños rarámuri están condenados a una vida de trabajo forzado, sin acceso a la educación ni a un futuro digno.

La situación de los jornaleros rarámuri en Chihuahua no solo es una crisis humanitaria, sino un claro ejemplo de la falta de derechos laborales y de la explotación extrema que afecta a las comunidades más vulnerables del país.

Por historias

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